
Campos de té y una montaña cubierta por la niebla al paso del tren que va de Kandy a Ella, Sri Lanka
Puede que no sea la forma más cómodo o quizá sí. Desde luego tomar un tren de Kandy hasta la tranquila y apacible localidad de Ella es una de las experiencias sobre raíles más impresionantes que habíamos experimentado hasta el momento. Al día salen tres trenes en esa dirección. El primero, sobre las 7 de la mañana, el segundo a las 8.45h y el tercero a las 11.30h. Un billete en el vagón de tercera clase ronda las 240 rupias, alrededor de los 1,7 euros. Sin demasiadas comodidades, tan sólo unos asientos forrados de piel sintética dispuestos en posición de 90 grados y un par de ventiladores en el techo. Y por supuesto, lo mejor del trayecto queda al otro lado de la ventanilla: el paisaje. Importa poco que el trayecto tenga una duración variable entre las 6 y las 10 horas. Nuestro “caballo de hierro” de azul intenso salió del andén número dos de la estación de Kandy a las 8.45h, puntual.

Áborles de montaña, en las tierras altas, al paso del tren que va de Kandy a Ella, Sri Lanka
Una vez el convoy se aleja de la ciudad y se adentra en las tierras altas de Sri Lanka el paraje se torna en una procesión de montañas del más puro verde que el viajero haya visto jamás. Árboles recios, altos, interminables y centenarios, se despliega cual escuadrones para ejercer de testigos impertérritos del paso del tren. Cascadas y caídas de agua a lo lejos no desmerecen a los numerosos ríos que la hilera de vagones logra sortear transitando encima de puentes de hierro con remaches vistos. El agua muchas veces deja entrever rocas de un marrón intenso que sobresalen en busca de la luz del día. Una luz que está en lucha eterna con la neblina que cae desde los picos de las montañas. Durante gran parte del trayecto las temperaturas bajan y a uno le parece estar en otra Sri Lanka. Los locales visten chaqueta y gorro. ¡Qué contraste!

Los viajeros sacan brazos y cabezas a través de ventanillas y puertas para respirar el aire fresco y limpio, al paso del tren que va de Kandy a Ella, Sri Lanka
Hatton, Talawakele, Watagoda, Great Western, Rodella, Nanu-Oya, Idalgashina, Dabdaeawela o Ella. Son tan sólo exóticos y lejanos nombres para la mayoría de occidentales. Para los viajeros del tren azul suponen una nueva oportunidad de descubrir un nueva plantación de té, a cual más bonita. Campos y campos extensos adaptados a la orografía propia del terreno. Unas latitudes montañosas y en ocasiones, escarpadas. Centenares de miles de pequeños arbustos repletos de hojas verdes se extienden como ondas a través de las laderas. Hasta el más mínimo rincón es válido para plantar. Y a nuestro paso, muchas de las personas que trabajan recolectando la hoja, o que tienen sus viviendas cercanas, se quedan parados a un lado de las vías del tren. Para muchos es la única forma, fugaz y borrosa de conocer otro mundo diferente del suyo. Desde el otro lado del cristal los viajeros saludan a modo de “sabemos que existís, os respetamos y os damos las gracias por acogernos con tanta generosidad”.

Una plantación de té, al paso del tren que va de Kandy a Ella, Sri Lanka.