Cometas en el cielo de Colombo

Unos niños levantan una cometa en Galle Face Green, en Colombo (Sri Lanka).

No parecía una gran opción pero al final decidimos pasar un día en Colombo. El tiempo justo. Lo suficiente para pasar unas pocas horas antes de tomar un vuelo hacia las Maldivas. Abandonamos el Sahira Hotel, -regentado por un musulmán muy devoto y un subalterno tamil muy intrigante-, en la playa de Nilaveli, al noreste de Sri Lanka, para tomar un autobús nocturno que nos dejaría en la capital a las 4 de la madrugada. Se trata de un autobús más confortable de lo habitual, -con asientos reclinables-, que realiza el trayecto directamente, sin paradas. Hay dos compañías que ofrecen el servicio: Super Line y Avro. En nuestro caso tomamos la primera opción. Nuestro autobús salió de Trincomalee, unos 12 kilómetros al sur de Nilaveli a las diez de la noche y el pasaje tuvo un coste por persona de 850 rupias, unos cinco euros al cambio.

A una hora intempestiva (sobre las cuatro de la madrugada) tuvimos que apearnos del bus en la parada de autobuses de Bastia Mawatha, frente a la estación de trenes de Colombo Fort. Allí mismo, y a pesar de nuestro aturdimiento, un conductor de tuk-tuk muy solícito se ofrecía a llevarnos. Previamente habíamos contactado con la encargada del YWCA Colombo Hotel, por aquello de que irrumpíamos en la ciudad cual aves nocturnas. Así que, muy decidido, el conductor nos llevó hasta el barrio de Slave Island y Union Place. Al llegar frente a lo que antaño fue una casa colonial, con un gran porche de madera soportado por más de una veintena de robustas y altas columnas, llegó el momento de experimentar “el modo de hacer de los conductores de tuk-tuk de Colombo”. Habíamos pactado un precio antes del trayecto de unas 300 rupias. Pues el muy pícaro, una vez llegamos intentaba hacerse el “longuis” y me pedía 500. Algo a lo que por supuesto no accedí, a pesar de no tener ni idea de donde estaba, y de ser todavía noche cerrada. Pero de algún modo teníamos que hacer valer nuestra veteranía en el país: un trato es un trato.

Unas horas más tarde nos despertamos dispuestos a echar un ojo a la ciudad.
Así que tomamos un autobús urbano con destino a Pettah. Por unas 25 rupias (una sexta parta de un euro) nos dejó frente al mercado flotante, dónde lo más impactante, a parte de los enormes pelícanos que estaban a sus anchas en el lago, eran los típicos patinetes de agua. Aunque que en Colombo tienen forma de enormes patos blancos. Muy cerca se encuentra el mercado de frutas y verduras de Manning. Y un poco más allá se encuentra el mercado de ropa y souvenirs más concurrido del centro de la ciudad, tanto por turistas como por locales. Tomamos un tuk-tuk hacia el barrio de Fort (y a pesar de que le habíamos solicitado que pusiera en marcha el taxímetro) volvimos a tener una disputa que se arregló pagando unas cuantas rupias más de lo que marcaban los dígitos.

Fort, para no llevar la contraria a la guía, es el “centro revitalizado y chic” de Colombo. Como punto de partida se puede tomar el antiguo “hospital holandés”. Este se encuentra frente a las dos torres-rascacielos que forma el moderno World Trade Centre. En el momento en el que lo visitamos estaba totalmente reformado, con su característico techado de tejas marrones, sus portalones de madera y su amplio patio interior, en aquel momento repleto de mesas. El complejo, -lejos de alojar camas, habitáculos de operaciones y enfermerías-, da cobijo a restaurantes, tiendas –como no chic-, y centros de spa. Una buena opción para darse un mini homenaje es el “Café Colombo”, donde se pueden degustar todo tipo de platos de la cocina internacional. Algunos a destacar: pan con tomate, chorizo de pollo, pollo al ajillo, paella valencia y una ensalada mediterránea, entre otros. El precio por comer aquí ronda los 30 dólares.

Después de ágape, lo más recomendable es dar un paseo por el cercano recinto presidencial donde se pueden observar desde la casa del presidente y el Banco Central (conocido por ser uno de los lugares donde el grupo terrorista conocido como los Tigres Tamiles colocaron un artefacto explosivo durante los años de guerra civil).

Al otro lado, justo siguiendo la senda del mar, se extiende a lo largo de un par de kilómetros el “Galle Face Green”. Una explanada sin rastro de árbol alguno, cubierta a tramos desiguales por tímidos pedazos de hierba, donde al atardecer se concentra mucho ajetreo. Parejas de jóvenes respetuosos y tímidos tortolitos ocupan los bancos frente a una playa que cuenta con carteles donde se avisa del serio riesgo que se corre si uno decide bañarse en las removidas aguas. Algunos, -muy pocos-, deportistas, recorren al trote la explanada, mientras un regimiento de unas cien personas vestidas de la misma forma realiza ejercicios grupales tierra adentro. Allí y acá se dispersan varios puestos de comida callejera con mesas frente al mar ocupadas por familias locales y algunos despistados turistas. Y todo esto bajo la atenta, y a la vez perdida mirada, de los impresionantes pelícanos que a modo de atalaya miran desde lo alto de las farolas.

Pero sin duda lo que más atrae la atención del viajero son las decenas y decenas de cometas que surcan el cielo crepuscular de Colombo. Los más pequeños habitantes de la capital se aprovechan de la fuerza del viento para hacer volar todavía más alto sus cometas con forma de dragones y águilas echas de plástico en China.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: