
Peces payasos entre anémonas, Maldivas.
¿En qué lugar un hombre aquejado de cojera podría sentirse como pez en el agua? Pues exactamente en ese mismo medio, en el agua. Shiyam, -nuestro guía marino-, caminaba cojeando con un más que evidente balanceo de caderas. Practicando «snorkeling» (buceo con tubo y máscara) en las islas Maldivas, este maldivo aventajaba a muchos que no estaban lastrados por dificultades físicas.

Shiyam tratando de sacar de su esccondite a un cangrejo en Sexy Beach, Maldivas.
Sexy Beach, Maldivas.
Como digo, el hombre al que la naturaleza dotó con una pierna más desarrollada que la otra se llamaba Sihyam. Vivía en la isla de Maafushi y se pasaba la vida de arrecife en arrecife. De la mano de este cincuentón de prominente barriga, descubrimos lugares del atolón sur de Malé tan emblemáticos como Bannana Reef, Big Reef, o Sexy Beach (un banco de arena rodeado del Océano Índico), entre otros.

Banco de peces narigudos en Bannana Reef, Maldivas.
Un par de peces payaso en primer plano entre anémonas, Maldivas.
Su buen olfato para otear las profundidades del océano desde la superficie de la lancha nos dejó instantáneas para el recuerdo difíciles de olvidar. Siempre permanecía de pie, al lado del capitán, con la pierna más corta reposando en el suelo de puntillas. Gracias a su pericia pudimos observar una gran cantidad de animales. Un grupo de delfines, tortugas verdes emergiendo a la superficie para respirar, rayas gigantes pegadas al fondo marino, (justo a pocos metros de la prisión de la isla), cuevas submarinas adornadas con espléndidas plantas de colores fantasmagóricos y una multitud de preciosos corales.
Hacer snorkeling durante un día entero en las Maldivas es todo un privilegio con el que pudimos poner el broche final nuestro viaje a través de Sri Lanka y del país de los atolones. Como quiera que, mi afán ha sido viajar a la vez que iba escribiendo y escribir al tiempo que viajaba, no quiero dejar pasar la ocasión de explicar dónde y en qué condiciones pude publicar este último post.
A bordo de un Airbus 380, y procedentes del aeropuerto internacional de Dubai, nos encontrábamos a una altitud de unos 40.000 pies (unos 12.000 metros), sobrevolando un punto inexacto de la península arábica, a una velocidad de unas 570 millas por hora (unos 800 kilómetros por hora), rumbo a El Prat. A través de una conexión wifi «on air» pude cumplir al fin mi objetivo. Que era otro que el de escribir mientras viajaba, y viajar mientras escribía