“No habéis venido a pasarlo bien”, esa fue una de las primeras cosas que nos dijo la monitora. Estábamos unos 20 turistas, supuestamente amantes de los animales, jugueteando con nuestras cámaras digitales en las manos, mientras esperábamos ansiosos a que empezase la visita. En las paredes de la cabaña había fotografías de varios chimpancés. En alguna de ellas aparecían encerrados en jaulas con cara triste, en unas condiciones infrahumanas e infraanimales, si se me permite la invención. Para la mayoría era nuestra primera vez en el santuario-refugio de chimpancés y macacos de Riudellots, en Girona. Y desde ese momento, justo antes de ver el video del primer rescate, ya nos hicimos a la idea de que no íbamos a poder abrazar a ningún “monito”.
Nunca me lo había planteado pero los chimpancés han sido utilizados para la publicidad, el circo y la televisión ampliamente. Después de ver alguna aparición estelar conduciendo una ambulancia o disfrazados en algún programa del latenight show televisivo, el video nos mostró la inhumana realidad de estos simios. El primer rescate de Fundació Mona se produjo en una finca en Valencia. La mayoría de estas peculiares estrellas de la “tele” se habían convertido en adolescentes simios imprevisibles y violentos, como en la vida real en la selva, pero medio de una chatarrería. Ya no era rentable trabajar con ellos, habían dejado de ser atractivos para la publicidad y muy difíciles de adiestrar. Entonces sólo les quedaba una salida a la muerte, vivir enterrados en una jaula que no les permitía ponerse erguidos.
“Uno de los visitantes nos dijo que esto se parecía más a un manicomio de chimpancés que a un refugio”, empezaba así, con otra frase lapidaria de la monitora, nuestra visita a la zona de los simios. Y es que todo aquel al que se le asigna una plaza en esta “residencia de primates” ha sufrido hasta llegar al trauma. Por eso, muchos presentan comportamientos violentos o raros como consecuencia de haber sufrido maltratos, en sus encierros previos. Algunos de ellos habían pasado 8 años sin salir de su prisión, privados de la luz del sol.
“No se trata de un zoo, son ellos los que deciden si quieren vernos o no”, la monitora se mostró así de elocuente de nuevo. Se notaba que vivía su profesión con la frustración de no haber podido liberar antes a los chimpancés de su sufrimiento. Hablaba con rabia contenida. Demasiado dolor como para poder ser soportado, siquiera concebido, por seres que tienen la capacidad mental de niños de 4 años.
Caras tristes, conductas poco naturales. En este psiquiátrico es fácil encontrar pacientes afectados de claustrofobia, de agorafobia, con problemas de relación con otros simios, con tendencia a autolesionarse, etc. Por un momento me pareció estar visitando un campo de concentración, con su recinto cerrado, electrificado y custodiado por varias torretas de madera. Es curioso pensar que esto es lo mejor de lo que les podría haber pasado. Que necesiten estar enclaustrados, eso sí, en un espacio mucho mayor y con unos cuidados infinitamente mayores, a los que estaban habituados. Pero sobre todo, lejos de la mano de aquellas personas que podrían infligirles de nuevo dolor.
Nunca volverán a ser libres, porque el contacto, o mejor dicho, el maltrato de los humanos les ha arrebatado la posibilidad de adaptarse de nuevo en la vida salvaje. Pero su destino les ha reservado una misión más elevada que su libertad. Su condición de residentes en Fundació Mona les ha convertido en testimonio vivo de la brutalidad animal de los humanos.
Todo mi apoyo para los voluntarios, tanto en plantilla, como los que trabajan de forma altruista en Fundació Mona. A ellos les debemos que estos primates tengan la posibilidad de acabar sus días de forma digna. Tú, que me estás leyendo contribuye a hacer posible un nuevo rescate. El comercio ilegal y la explotación de estos seres continúa siendo una realidad. Haz un donativo o apadrina un primate.