Cuando un elefante te mira a los ojos sientes toda la grandeza y la magnanimidad que hay en ellos. Sus diminutos ojos comparados con su enorme cuerpo transmiten el sosiego de quien se sabe más fuerte pero también más sabio. Con casi tres metros de altura y varias toneladas de peso, el elefante asiático no es aún el más grande de su especie. Le gana su pariente africano, mucho más mayor.
En Chiang Mai una de las ofertas más llamativas para el viajero resulta ser el paseo a lomos de un elefante atravesando la selva. Esa “increíble” experiencia está englobada en un pack turístico donde además se ofrece: trekking, visita a las tribus de las mujeres jirafa, y un bajada por el río Taeng haciendo rafting. Todo en el mismo día por un precio que ronda los 1.500 bahts (unos 38 euros).
Según algunos viajeros, este pack les ha encantado, pero para nosotros el encuentro con los elefantes no podía ser un complemento más a un día de aventura. Y tampoco queríamos ni oír hablar de pagar para ver espectáculos en los que los paquidermos juegan a fútbol, pintan en un lienzo o lanzan dardos a una diana.
Por eso, y para asegurarnos que nuestro encuentro con los elefantes iba a ser algo más parecido a un “igual contra igual” que a un circo, decidimos hacer una reserva desde España en el Baan Chang Elephant. Este centro de rescate de Elefantes se encuentra a unos 50 minutos en coche al norte de Chiag Mai, en el Mae Taeng. En este centro rescatan elefantes que están bajo los “cuidados” de personas desalmadas que los explotan o que los mantienen en condiciones insalubres.
Y nosotros teníamos la oportunidad de pasar un día conociendo un poquito sobre su comportamiento, alimentándolos, ir montados a lomos de ellos, para finalmente bañarlos en un estanque cercano. Todo por 4.200 baths por persona (unos 60 euros). Como podéis comprobar la diferencia de precio comparándolo con la actividad que os comentaba anteriormente es notable
A pesar de haberos explicado que en este centro no se exhibe a los elefantes como en otros lugares, no puedo dejar de decir que me llevo un recuerdo agridulce. En el Baan Chang hay unos 29 paquidermos de edades comprendidas entre los 3 y los 59 años. Cuando el viajero, una vez enfundado en un traje azul propio de los «mahuts» (cuidadores de elefantes) llega al campo, tiene una visión que le produce sentimientos encontrados.
Por un lado sientes la excitación de ver tan de cerca a unos animales que en muchas ocasiones, la mayoría habíamos visto tras unos barrotes en uno zoológico, y por el otro la amargura de verlos encadenados. Al menos, una de las colosales patas de estos animales está rodeada por una cadena de acero que va anudada a una argolla clavada a conciencia en la tierra. Los elefantes no corren a sus anchas como hubiéramos querido que así fuera. ¿Pero de qué otra forma se puede producir un encuentro con estos animales tan maltratados anteriormente y con potencial para matar a una persona en cualquier momento?

Uno de los ejemplares de elefante tira de su cadena mientras espera ser alimentado en el campamento Baan Chang (Chiang Mai).
Hay que decir que al lado de cada elefante se situaba su “mahut” o cuidador. Los mahuts tailandeses, al menos fue esa la impresión que tuve, podrían definirse más como adiestradores que como cuidadores. Gracias a un «kor chang» o bastón, -herramienta hecha de madera con una pieza de hierro muy afilada insertada en un extremo-, logran que el elefante obedezca a sus órdenes.

Un «mahut» o cuidador posa al lado de su elefante con un Kor chang colgado la espalda, Baan Chang (Chiang Mai).
Los mahuts, por ejemplo, pueden ordenar que se recuesten dejando todo su peso caer en sus patas traseras de tal manera que las personas pueden alzarse a su cuello. Pero no sólo eso, también se les puede ordenar moverse con uno o varios golpes secos de kor chang en las patas o trompa. Incluso, algunas veces vimos como este mismo palo de castigo era utilizado para usos más amables como rascarles la frente.

Un elefante se lleva a la boca un par de trozos de caña de azúcar en el campamento Baan Chang, Chiang Mai.
Nuestra primera toma de contacto fue la alimentación. En grandes cestos, nosotros, “los mahuts por un día” pudimos “armarnos de varias bananas y cañas de azúcar”. Nos acercábamos a esos mastodontes con un poco de comida como única defensa. Eso, y no nos olvidemos, unos grilletes que les impedían salir en estampida.
El modo de alimentarlos es bien básico, nosotros alargamos el brazo con los manjares preferidos de nuestros amigos paquidermos y ellos, muy hábilmente, los recogían retorciendo la trompa, para llevárselos directamente a la boca. Si te descuidabas, las trompas podían robarte el resto de comida que tenías en la otra mano.
¿Habéis tocado alguna vez a un elefante? Su piel es extremadamente gruesa, rugosa y dura. En especial la de la trompa, que debe recubrir muchos centímetros de puro músculo. Abrazar una trompa con tus brazos en señal de cariño es una experiencia única. Como también lo es que te deje la cara llena de babas después de recibir un “beso” de elefante. Tan delicados y tan poderosos. Tienen tanta fuerza en sus trompas que veíamos como sus mahuts se encaramaban en ellas para que luego los elefantes les transportaran hasta su lomo.

Un «mahut» o cuidador utiliza la fuerza de la trompa de este elefante para enderezarse hasta la cabeza del paquidermo, Baan Chang (Chiang Mai).
Ya en el “banquete» de bananas y cañas de azúcar nos enamoramos de una belleza de 32 años llamada Naomi. También de su mahut, un chico de apenas 20 años, que parecía que la trataba con cariño. Así que fue ella la elegida para llevarnos de paseo por la jungla. Esther primero sobre el cuello, y yo sobre su espalda, para luego cambiar y ponerme yo primero a capitanear el equipo.

El mahut de Naomi, cuelga de la trompa de este espléndido ejemplar de elefante asiático, en Baan Chang, Chiang Mai.
Eso sí, antes del paseo nos enseñaron las nociones básicas de cómo “pilotar” un elefante. Para subir, primero el elefante ha de reclinarse. Nos encaramamos a él y nos colocamos a horcajadas en su cuello, con las rodillas y las piernas justo detrás de sus enormes orejas. Una vez encima de ellos tuvimos que “conducirlos” por un circuito cerrado. Una pequeña pantomima, a mi entender, porque durante la marcha íbamos todos en fila, así que un elefante seguía al otro. Además nos acompañaban a pie los mahuts correspondientes.

Un elefante se mantiene recostado a la espera de que un turista suba a su cuello, en Baan Chang, Chiang Mai.
Pero bien, si estáis pensando en dirigir a uno algún día os diré cuáles son las órdenes básicas. En voz bien alta siempre, si queremos ir hacia adelante debemos gritar “pai”. Si queremos girar a la derecha debemos golpear detrás de la oreja con el pie contrario, en este caso el izquierdo, mientras se grita “kew”. Y el mismo procedimiento para girar a la izquierda, pero al revés. Para parar, apretar fuertemente las dos piernas hacia el cuello del elefante y decir enérgicamente “how”. Y en última instancia, para pedir educadamente a nuestro elefante que queremos bajar y que necesitamos que se recueste, gritamos a grito “pelao”: “¡Nolong!”.
Una vez en camino, a lomos del elefante, el que iba delante debía posar sus manos encima de la cabeza del animal. La piel es tremendamente rugosa y repleta de pelos negros y duros. Aviso para futuros mahuts, el roce de la piel del elefante con nuestras piernas causa escozor. Pero, ¿quién dijo que montar un paquidermo era algo fácil?

Postura correcta para ir a lomos de un efefante. Manos en la cabeza y rodillas detrás de las enormes orejas del paquidermo, Chiang Mai.
Si el momento en el que el elefante se incorpora ya parece como si todo el planeta se tambalease a nuestro alrededor, pasear sentado encima de él, sin más riendas que sus enormes orejas, es como ir en la locomotora de un tren de mercancías sin control. A cada momento pareciera que te caías al suelo. Y una caída desde tres metros de altura puede hacerte mucho daño. Pero a pesar del temor inicial, poco a poco el viajero se va soltando y puede disfrutar, más o menos relajadamente, del paisaje. Por qué no decirlo, uno se siente el rey de la jungla en ese momento.
Aunque el momento apoteósico para nosotros llegó con el baño. Con un cubo y un cepillo duro, aseamos adecuadamente a nuestro elefante. Naomi estaba encantada de refrescarse en el pequeño lago. Y nosotros nos movíamos a su alrededor con cuidado de no tropezar con sus enormes patas. A cada cubeta de agua que le echábamos por encima, ella decidía si utilizaba su trompa a modo de aspersor para mojarnos, o simplemente se solazaba en remojo.
En el centro de rescate nuestro guía nos explicó que los elefantes son como las personas. Cada uno tiene su propio carácter y que, en algunos casos, es bastante cambiante. Un día pueden estar contentos y ser dóciles, y el siguiente embestirte o simplemente negarse a trabajar. El propio guía se enorgullecía de que uno de los ejemplares le hubiera atacado cuatros veces en seis años. Estos cambios repentinos de comportamiento son fruto en parte de su origen salvaje, pero también de un alto grado de ansiedad y de su modo de defenderse ante agresiones provenientes del hombre.
En muchos casos los elefantes que llegan a Baan Chang tienen miedo de los humanos y no dudan en embestir si éstos se encuentran lo suficientemente cerca. Se trata de un duro trabajo pues para los mahuts, que en este caso no eligen el ejemplar a adiestrar. Son los propios elefantes los que deciden con qué mahut quieren compartir el resto de su vida en el centro. O al menos es lo que nos explicarnos y nosotros preferimos creer.
La reinserción de estos animales en la vida salvaje o en la naturaleza no es posible. Primero porque se comerían los cultivos de las zonas agrícolas colindantes y eso ocasionaría un conflicto con los agricultores. Segundo y más triste, su precio en el mercado negro puede oscilar entre uno y dos millones de baths (unos 250.000 euros). La caza en Tailandia está prohibida pero todavía pervive en algunas zonas como por ejemplo, en la zona fronteriza con el vecino Myanmar.