
La azafata del autobús Gold Class que nos llevó desde Chiang Mai a Bangkok reparte snacks a los pasajeros (Tailandia).
Gold Class era la inscripción que aparecía en la parte delantera del autobús que nos debía llevar desde Chiang Mai (al norte del país), cruzando gran parte del país de arriba abajo hasta Bangkok. Por delante quedaban diez horas de viaje nocturno y casi 700 kilómetros de distancia. La verdad, no teníamos demasiadas expectativas puestas en las comodidades con las que nos podríamos encontrar. Sobre todo teniendo en cuenta las 19 horas tediosas de tren del último viaje desde Bangkok.
Sabíamos que existía una compañía de autobuses que ofrecía viajes muy confortables a precios bastante asequibles. Un dependiente de una tienda de artesanía en Chiang Mai nos la había recomendado: Gold Class. Únicamente, -y de esto quiso alertarnos-, debíamos comprar los billetes lo antes posible porque se agotaban enseguida.
Dicho y hecho, gracias a una nota escrita en tailandés, nos plantamos ese mismo día ante el mostrador de la compañía Nackhonchai. Allí la conversación con la dependienta resultó bastante frustrante. Ni ella hablaba inglés ni nosotros sabíamos exactamente cómo explicarle que queríamos comprar billetes de primera clase. Ella insistía en que se habían agotado, pero que quedaban disponibles otros de categorías inferiores. Nuevamente llegábamos tarde, como con los billetes de tren desde Bangkok a Chiang Mai. ¿Pero qué otra cosa podíamos hacer más que comprarlos?
Y, por suerte, no nos equivocamos. Como decía, nos encontrábamos frente al autobús Gold Class a punto de subir. Antes habíamos «facturado» nuestro equipaje. Un tailandés colocaba una etiqueta con un cordoncillo en las asideras de nuestras mochilas y a nosotros nos daba un resguardo. Luego las mochilas recorrían una corta cinta transportadora para ser cargadas en la bodega del bus. Parecía que la estación de autobuses de Chiang Mai se hubiera convertido en un improvisado mini aeropuerto.
Ya en el interior la sorpresa fue mayúscula. No le vimos las alas por ningún lado y juro que el autobús fue por carretera durante todo el trayecto. Pero por todo lo demás, parecía que estuviéramos en la primera clase de un avión. El conductor iba ataviado con un traje de piloto, con gorra de piloto, y con tantas insignias en la chaqueta que difícilmente podría haber colocado alguna más.
A lado y lado del pasillo había dos asientos reclinables casi horizontalmente, con un pequeño reposa pies. Además la separación entre filas era mayor de lo normal. De tal manera que prácticamente podríamos viajar estirados. Y para hacer más confortable el viaje, en el reposa brazos había un menú a base de botones con los que podías elegir entre cuatro tipos de masajes diferentes y la intensidad que querías ejercer en tu asiento. No nos lo podíamos creer. Por fin un viaje nocturno y en un medio de transporte que presumiblemente iba a ser placentero. Pero aún nos aguardaban más comodidades.
Quizá lo más sorprendente de todo fue ver salir de la cabina trasera, donde se alojaba el baño, a una azafata enfundada en un traje falda-chaqueta, pañoleta al cuello y un pequeño tocado en harmonía perfecta con un moño muy tieso. Ella se encargaba de mostrar a los viajeros cuáles era sus asientos. Por cierto solamente éramos dos parejas occidentales dentro de un autobús completamente lleno. Cuando el autobús se puso en marcha, la azafata, micrófono en mano, nos dio la bienvenida al modo tailandés y alguna información más sobre el viaje, totalmente ininteligible para nosotros.
Bastante teníamos con colocarnos la mantita que nos habían dejado preparada y con toquetear todos los botones de nuestros asientos situados en la parte trasera. Al cabo de un rato de trayecto y desde nuestros sitios volvimos a quedarnos de piedra al observar como la azafata venía en nuestra dirección repartiendo comida. Será de pago, pensamos. Pero estábamos totalmente equivocados, la cena y desayuno venían incluidos en el precio del billete. Así que para cenar tomamos un zumo de frutas, un sándwich y una bolsa de patatas. Y un batido de leche de soja para desayunar. No era gran cosa pero se agradecía el detalle.

La azafata del autobús Gold Class que nos llevó de Chiang Mai a Bangkok reparte snacks a los pasajeros (Tailandia).
Las comodidades de la cabina de pasajeros de este autobús eran tan similares a las de un avión de largo recorrido, que no podía pasar por alto una más. El aire acondicionado funcionaba igual o con más potencia que en un avión. Así que pasamos la noche intentándonos resguardar con la manta de los gélidos chorros de aire. ¡Qué afición tienen los tailandeses por pasar frío en sus medios de transporte! ¿Será complejo de inferioridad por aquello de los treinta y pico grados que tienen en el exterior?
El viaje en autobús de Chiang Mai a Bangkok, con sus más y sus menos, fue mucho más cómodo que el que hicimos en tren a la ida. Aunque os daré un consejo. Cuando vayáis a reservar un billete procurad que el asiento no esté justo al lado del baño. La peregrinación de viajeros que van a hacer sus necesidades es incesante. Y para qué hablar del olor que desprende. No todo iba a ser un paseo por las nubes.