
Bayon o Angkor Thom, también conocido como el templo del Smiling Budha (el Buda sonriente), en Angkor Wat (Camboya).
El complejo de templos de Angkor es la joya de la corona de Camboya. Al punto que la silueta del templo principal, Angkor Wat, aparece en la bandera del país. Y no es para menos, se trata del recinto religioso más grande del mundo jamás construido. Las primeras construcciones datan del año 850 antes de Cristo y los templos formaban parte de una inmensa ciudad que llegó a albergar un millón de personas. Para que os hagáis una idea, por aquellos años Londres no era nada más que un villa con tan a sólo 50.000 habitantes. El imperio de los khmer, perduró durante casi dos milenios, hasta el siglo XIV, aproximadamente.
Siem Reap se encuentra a pocos quilómetros de lo templos. Así qué hay varias opciones para visitar la zona. La más cómoda es contratar una pequeña furgoneta con un guía que te transporte al lugar. Por 13 dólares van incluidas las explicaciones y los traslados porque, -no os lo había dicho-, pero las distancias entre templo y templo son enormes.
Otra de las opciones es alquilar una bicicleta con la que recorrer uno mismo el complejo. El precio para alquilar una bicicleta durante un día oscila entre el dólar y los dos dólares (la calidad obviamente va en consonancia con el precio). Y la última de las opciones más comunes es tomar un tuk tuk desde Siem Reap hasta Angkor, y que éste quede disponible para el viajero todo el día. El precio es a convenir con el conductor. Algunos turistas nos comentaban que les había costado alrededor de los 13 dólares.
En nuestro caso tomamos la primera opción porque nos atraía la idea de que alguien nos explicara más sobre la civilización khmer y sus templos. “Vin” fue nuestro guía durante todo el día. Ahora bien, una vez contratado el tour, todavía queda comprar la entrada al recinto. La mayoría de viajeros que tienen tiempo pagan 40 dólares por tres días de pase que pueden utilizar a lo largo de una semana. La verdad es que es bastante asequible si se tienen en cuenta las distancias (algunos de los templos se sitúan a 40 km de la zona central). Y para aquellos viajeros que vayan con un poco de prisa, -nuestro caso-, existe el ticket de un único día por 20 dólares. Puede parecer un poco caro. Pero la verdad es que a parte de la belleza del lugar, el billete en sí es todo un souvenir, con una fotografía nuestra al lado de un dibujo de Angkor Wat.
Billete en una mano, y botella de agua en la otra, nos dispusimos a recorrer los templos del circuito corto bajo un sol ardiente. Entre ellos, los más populares son, -y pido perdón si cometo alguna falta de ortografía-, Angkor Wat, Ta Phrom y Bayon Angkor Thom. Entre dos enormes piscinas artificiales se extiende un puente hecho a base de losas de piedra de dimensiones gigantescas, que en su momento fueron trasladadas por decenas de miles de elefantes desde montañas lejanas, a 70km de distancia. Fue erigido durante el reinado del rey khmer Suryavarman II y su construcción duró 40 años, desde 1.112 hasta 1.150. Y los camboyanos y toda la Humanidad le debemos a este templo la mítica imagen, mil veces reproducida, de las tres emblemáticas torres en forma de campana coronando Angkor.
Angkor Wat consta de tres niveles de construcción que no se corresponden a tres alturas, simplemente tiene que ver con tres zonas diferentes. Es importante recordar que este centro de culto fue levantado para honrar a la religión hinduista. En este caso en el interior del primer nivel encontramos tres estatuas que pretenden ser el reflejo en piedra de los tres dioses más importantes para el hinduismo: Shiva, Brahma y Vishnu (perdón por las faltas ortográficas, escribo de oídas y ahora mismo voy en un minibús lleno de gente y de mochilas rumbo nuevamente a Bangkok).
Vishnu es el dios más venerado. Se le suele representar con muchos brazos, -unos 21-, como símbolo de su poder. En el altar donde aparece su estatua, -y esto sirve para todo el resto de imágenes de dioses hinduistas y representaciones de Buda repartidas por todos los templos-, siempre hay algún miembro de Apsara, -cuidadores de los templos,- honrando la imagen con flores de loto, incienso y presentes. Muy cerca de Vishnu se localiza la estatua de su consorte eterna, Laksmi ataviada con una túnica.
Todo el complejo esta construido a base de piedras puesto que era el material que únicamente estaba reservado para estos menesteres. El resto de la gigantesca ciudad estaba hecha de construcciones de madera. El recorrido por el primer nivel es una sucesión de cámaras a las que se accede a través de unas escaleras de madera colocadas durante la restauración para mejor paseo del visitante. Tanto la piedra exterior como la interior, ambas están esculpidas con todo tipo de detalles. Sobretodo se puede observar a lo largo de las dos galerías que se extienden a lado y lado de las tres torres. En ellas el motivo principal de las esculturas son las guerras fantásticas y mitológicas.
Hay varias historias que se representan en estos murales de piedra. La primera hace referencia a la guerra sin cuartel entre el dios “del cielo” Rama y el dios “de los demonios” Ravana. Cuenta la leyenda que Ravana era un dios dotado con 21 cabezas y con 21 brazos, -en las esculturas esculpidas se puede observar perfectamente-, y que era prácticamente indestructible. Por otro lado se encontraba Rama y su ejército de monos que presentaban batalla. El conflicto no se solucionó hasta que el hermano pequeño de Ravana intervino conspirando en contra de su hermano mayor con el objetivo de quedarse con el trono.
Otra de las leyendas, que más disfruté escuchándola mientras nuestro guía nos iba contando fue la legendaria guerra entre el dios Vishnu y Ravana, el rey de los demonios. Resulta que Vishnu vivía plácidamente en la cumbre de una montaña situada en medio de un lago. Esa montaña era a su vez la morada de los monos que también vivían en paz. Hasta el momento en el que el gigantesco Rey de los demonios decidió zarandear el pico de la cumbre en busca de Vishnu. Percatándose éste del asunto, y ya que contaba con poderes mágicos, se convirtió en un serpiente de dimensiones colosales. Se dispuso en el interior de la montaña de tal manera que la cabeza asomaba por un extremo y la cola por el otro. Con lo que, el ejército de Ravana, compuesto por miles y miles de demonios, tiraba por un lado y el ejército de monos, que daba su apoyo a Vishnu, lo hacía por el otro. La cosa quedaba en tablas hasta que en un momento dado Ravana consiguió hundir la montaña. Entonces, rápidamente, Vishnu volvió a transfigurarse para convertirse en una enorme tortuga que, colocándose en la base de la montaña, la elevó de nuevo, ganando así la batalla.
Además de en las paredes de Angkor Wat, se puede ver una representación de esta leyenda en la Puerta Sur de Angkor Thom. Donde una serpiente esculpida en piedra recorre toda la entrada, a lado y lado de la a la puerta y en cada una de las partes está representado el ejército en cuestión estirando cada uno por su lado.
Además de galerías y mosaicos esculpidos, Angkor Wat también cuenta con ocho librerías o bibliotecas donde los monjes podían estudiar los preceptos de la religión hinduista. Cada una de ellas se encuentra separada del resto, en una vasta extensión de terreno cubierto por una capa de hierba verde, salpicado por palmeras y altos árboles centenarios.
Por último, los dos niveles restantes del templo de Angkor están unidos en un mismo edificio. Para acceder al tercer nivel, -situado en lo alto de unas empinadas escalinatas-, las mujeres tienen que cubrirse los hombros. Cuanto más sagrado sea el lugar, mayor respeto el viajero debe mostrar. Desde lo alto, se ven parte de los templos rodeados por una vegetación frondosísima. La sensación que le sobreviene al viajero cuando se asoma a cualquiera de los miradores es ser estar en un palacio perdido en medio de la selva.
El siguiente de los templos que visitamos fue el llamado Banteay Kdei. Podríamos decir que es de los centros de culto que más vida guarda en su interior. La situación es la siguiente. Imagínese el lector al célebre personaje de aventuras Indiana Jones. Pues el escenario con el que nos encontramos parecía un “set” de rodaje de una de sus múltiples peripecias por la selva. Frondosa vegetación, restos de bloques de piedra, construcciones semiderruidas que dejaban entrever lo que era un antiguo palacio milenario. Con sus enormes puertas de entrada, sus galerías, sus cámaras y pasillos, todo ello de piedra trabajada. Y a esta icónica estampa habría que sumarle la existencia de unas simpáticas criaturas. En el interior y dentro de Banteay Kdei pacían despreocupadamente algunas decenas de monos. Seguramente descendientes de aquellos aguerridos guerreros monos que lucharon a las órdenes de Rama.
Si Banteay Kdei ya nos había dejado sin aliento, el templo que visitamos después superó todas nuestras expectativas. En medio de una exuberante naturaleza permanece erguido Ta Prhom. Se trata de un lugar de rezo budista dedicado a la mujer, desde que el rey Jayabarman VII ordenara su construcción en 1.181. Entrando en sus inmediaciones, el viajero no puede dejar de sorprenderse por el enorme árbol que surge del interior del templo. Un gigantesco “spung tree”, -como lo llaman los locales-, corona esta enorme conjunción de “megalíticas” piedras. Sus raíces se han hundido en lo más profundo de los cimientos ancestrales del templo para surgir a la superficie en forma de robusto tronco. Cuáles cañerías de savia pura, raíces de gran diámetro se retuercen recorriendo cornisas, paredes, pórticos y balaustradas, enganchadas perfectamente en paralelo. Y no se trata de un solo spung tree. Este templo abandonado por los años y adolecido por la guerra civil camboyana ha sido colonizado por los árboles. Robustos ejemplares que emergen por entre los bloques de piedra con la misma facilidad que si lo hicieran en tierra firme. En algún caso, las colosales raíces producen el efecto óptico de una cascada. En otras, como parecieran enormes tentáculos pretendiendo estrangular las losas de piedra esculpida. Así es que se ha ganado a pulso el sobrenombre del templo de los árboles, y credenciales no le faltan.
El siguiente centro de culto quizá sea uno de los lugares más espectaculares en los que haya estado jamás. Se trata del Bayon o Angkor Thom. Construido por el monarca Jayabarman VII a finales del siglo XII, también se le conoce con el sobrenombre de el Smiling Buda Temple (el templo del Budha sonriente). A simple vista puede parecernos similar en arquitectura al Angkor Wat.
Angkor Thom es un complejo formado por edificios de varias plantas coronadas por decenas de torres de diferente tamaño. Cuenta con una gran diferencia en comparación con las construcciones anteriores. Un detalle, que cambia totalmente el sentido religioso del templo. Si en Angkor Wat se profesaba el hinduismo, con Vishnu como máximo exponente, en Bayon, 54 cabezas de Buda nos observan complacientes desde lo más alto. Se trata de un verdadero trabajo de artesanía arquitectónica. Cada una de las torres, -desde las más grandes a las más pequeñas-, adoptan la forma de la cara de Buda. Su esfinge emerge de la piedra dejando ver perfectamente la protuberancia de las cejas, la nariz, los ojos y sobretodo, una enorme sonrisa en los labios.
Aunque lo que más sorprende es que en cada elevación no sólo haya una cara por cabeza, como seria lo habitual. En el templo de Bayon, por cada cabeza que corona una torre, se observan cuatro caras sonrientes de Buda. Una para cada uno de los cuatro costados de cada torre. Y un perfil para cada una de las gracias que deben verse reflejadas en el buen hacer del monje budista: caridad, comprensión, simpatía y ecuanimidad. Todo un recordatorio moral y filosófico que ha perdurado de una forma extraordinaria a lo largo de los siglos. Igual que Leonardo Da Vinci inmortalizó la ingenuidad perversa e inquietante de la Giocoda, los arquitectos-artesanos khmers colocaron cientos losas pesadas de piedra a modo de gigantescos rompecabezas 3D. Más de medio centenar de cabezas de Buda pueden contemplarse en este templo. Es curioso observar como los relieves de las caras del profeta encajan a la perfección sin necesidad de mortero o masilla.
Por último la visita al circuito pequeño termina en el templo de Phnom Bakheng, construido en el 910 después de Cristo. De este lugar lo más destacado no tiene nada que ver con su arquitectura sino con el maravilloso espectáculo al aire libre que se puede presenciar desde su parte mes alta: la terraza. A modo de mirador, el Phnom Bakheng es el mejor lugar para presenciar el atardecer. Los colores rojizos y anaranjados que produce el astro en su descenso a la oscuridad, inundan toda extensión selvática que nos rodea y que continúa más de lo que alcanza nuestra vista. Un espectáculo donde desgraciadamente es difícil encontrar el momento de paz y sosiego tan adecuado para el momento. Como seguro ha caído ya mi fiel y paciente lector, la multitud de turistas que se congrega para asistir al atardecer es considerable.
Realmente la visita a los templos sería un auténtica delicia para los sentidos, pero es difícil abstraerse de la cruda realidad de Camboya. Un país en el que el 80% de la población es pobre y malvive en las zonas rurales a base mayoritariamente del cultivo de arroz, y del turismo. Y resulta también complicado olvidarse de una sociedad donde los más pequeños son también los más desprotegidos. A cada paso, -de camino a los templos-, te asaltaban varios niños de unos 10 años más o menos, con un cesto de plástico lleno de todo tipo de cosas. La intención, claro, es la de venderte cualquier cosa. Sus ojos reflejaban una luz especial de inocencia y a la vez una tristeza enorme. ¿Cómo evadirte de sus voces implorando un dólar a cambio de cualquier souvenir? A uno de ellos le vimos aparcar por un momento los bártulos en el suelo. Estaba enfrascado en jugar con un bólido hecho con una botella de plástico al que arrastraba por la tierra tirando de una cuerda. Es una situación realmente insoportable.