EN TAILANDIA Y CAMBOYA TAMBIÉN HAY INDIGNADOS

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El 15 de mayo de 2011 llegaron para quedarse unas pocas tiendas de campaña a la Puerta del Sol de Madrid. La noche siguiente un reducido grupo de “temerarios” hacía lo mismo en la Plaza de Catalunya, en Barcelona. Era el preludio del movimiento de “los indignados del 15M” que pronto se extendería a plazas de otras ciudades españolas. Miles de personas ocuparon el espacio público para mostrar su malestar por una devastadora crisis económica y por una clase política salpicada de escándalos de corrupción.

En Bangkok, en el parque de Sanam Luang, muy cerca del tridente turístico conformado por: el Gran Palace, el Wat Pho y el Wat Phra Kaew, se extiende una gran consecución de tiendas de campaña, toldos y pancartas. Y bajo esos plásticos, haga calor o humedad, llueva o refresque, impertérritos toman posesión de sus legítimos “asientos”, los indignados tailandeses.

Indignados organizados por el colectivo auto denominado “V for Thailand” protestan para echar del gobierno a la primera ministra Yingluck Shinawatra, líder  del controvertido Partido del Poder del Pueblo. Forman parte personas de todas las edades. Es fácil ver ancianos estirados bajo la lona, o entablando conversación con otros, recostados en cualquier cosa que les sirve de pared. También hay jóvenes. Algunos incluso se han instalado su propia televisión.  Cualquier cosa sirve para que pasen más rápidas las largas horas de resistencia. Llevan más de dos meses ocupando este céntrico parque en la capital. No obstante, no es baladí, ya que es el mejor escaparate a nivel internacional para dar a conocer sus demandas. Pero, a pesar de su proximidad con los lugares de peregrinación turística en Bangkok, lo cierto es que no es común ver demasiados occidentales pululando entre las tiendas.

Según uno de los manifestantes “protestamos en contra del gobierno no en contra de nuestro Rey”. “Protestamos en contra de un gobierno que nos llevará a la situación del corralito argentino”. Los enfrentamientos con la policía de momento no han sido violentos. Tan sólo un pulso para sopesar la  fuerza de unos y otros. Pequeñas escaramuzas que no amedrentan el ánimo de los manifestantes que de momento seguirán acampados. Algunos manifestantes, -igual que el inmenso Buda reclinado del cercano Wat Pho-, pasan el tiempo recostados pensando en la revolución.

En uno de sus países vecinos, en Camboya, los ciudadanos únicamente pueden pensar en su malestar, pero no llevarlo a las calle en forma de protesta. Las elecciones presidenciales en el país son el próximo 28 de julio de 2013. Parece que no va a haber cambios en el signo del poder. El Partido del Pueblo Camboyano, a la cabeza del cual está el primer ministro del país Hu Sen, lleva más de treinta años dirigiendo el devenir del pueblo camboyano.

Según Toeur, uno de nuestros guías, la corrupción corroe todo el sistema. Desde el empleado público hasta el mismísimo primer ministro.  “Hay muchas cosas que se han hecho mal”, se lamentaba. El 80% de la selva camboyana ha desaparecido en los ultimas años. El gobierno mantiene acuerdos  con empresas extranjeras para que éstas deforesten los bosques sin contemplaciones. No hay industria, todos los vehículos son importados de China o Corea, por ejemplo. Y mientras tanto, la mayoría de la población vive bajo el umbral de la pobreza.

Para Toeur en estas próximas elecciones no va a haber el tan ansiado cambio. Existe mucha desinformación sobre las cosas negativas que hace el gobierno, sobretodo entre la población rural. Por lo que siguen decantándose por el voto conservador. “Mejor malo conocido que bueno por conocer”, parece querer decir esbozando una ligera mueca de aceptación. Y no hay que olvidar que sobre la mayoría de hogares camboyanos sobrevuela el fantasma a que ocurra un nueva guerra civil.  El partido en el gobierno controla a los militares. Así que nuestro guía cree que a Hu Sen no le temblaría la mano en disponer de ellos en un hipotético resultado negativo en las urnas. Además el premier camboyano sabe que cuenta con el apoyo de su “fiel y poderoso amigo” el régimen comunista chino.

Para contrarrestar esta tiránica situación, Camboya cuenta con una única esperanza: su población. La mayoría joven, muy joven. Y muchos de esos jóvenes empiezan a tener una buena educación. Sorprende, por ejemplo, lo bien que hablan Inglés en comparación con  los tailandeses. Se trata de una generación incipiente de chicos y chicas que empieza a ser consiente que hay vida fuera del “comunismo” que ha llevado a cabo su gobierno, durante los últimos 30 años.

Cuando preguntamos a nuestro guía sobre cuál es su opinión a cerca de las últimas revoluciones en Túnez, Egipto, o Libia, -encabezadas por jóvenes como los de su país, como él mismo-, Toeur adopta una expresión contrariada. “Nosotros no podemos hacer nuestra primavera camboyana. En nuestro caso el ejército está con el gobierno, y no con la población”. Su expresión se vuelve aún más sombría y prosigue. “Cuando se sucedían las revoluciones de los jóvenes en los países árabes, nuestro presidente, Hu Sen, ya nos advirtió”, toma aire con un resquicio de amargura. Y continúa, “el utilizó una expresión un tanto macabra pero del todo efectiva. Si los jóvenes camboyanos se revelan, cerraremos las puertas y ataremos a todos los perros”. No hace falta decir nada más.

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