Un párroco, dos voluntarios y dos personas sin recursos se internan en un bosque cercano a Solsona (Lleida). Van cargados con sacos vacíos y uno de ellos sostiene una motosierra con sus manos. Uno se inclina y empieza a recoger ramas de pino caído. Acto seguido todos le imitan, de modo que esta particular salida al bosque se convierte en una búsqueda silenciosa de madera. Un silencio roto únicamente por el “pertardeo” de la sierra mecánica que convierte las ramas en troncos para calentar.
Alexander se aleja más que el resto y regresa con las ramas más gordas y largas. Después de más de una década trabajando en la construcción, ahora tiene 33 años, está en paro y no recibe ninguna prestación por desempleo. “Gracias a este proyecto estoy recogiendo leña para poder calentar el piso donde vivo y estar bien y no pasar frío”, comenta como un suspiro Alexander mientras dejar caer en el suelo un par de ramas.
El color blanco del alzacuellos del padre LLuis Tollar destaca sobre las tonalidades grises y marrones que envuelven el bosque pre-pirenaico, en pleno invierno. ¡Con la Iglesia hemos topado! Él recopila leña como el que más. Asegura que todo empezó con la visita pastoral del obispo a Solona. “Una persona le sugirió que había una necesidad de leña en familias que necesitaban calentarse durante el invierno”, recuerda el párroco. “Entonces el obispo dijo que tenía un bosque, unos recursos y que los ofrecía para que se pudiera utilizar la leña para calentar los hogares de los más necesitados”, sonríe mientras saborea cada palabra pronunciada. Aquella conversación fue el inicio del proyecto “Un invierno sin frío”.
De unas primeras seis familias, en tan solo dos semanas se ha pasado a unas 60 personas que se benefician de este regalo que ha caído como una bendición. El padre LLuis se encarga de estudiar cada caso. A Rosa María hoy no le ha acompañado a recoger leña su marido. “Está en casa descansando porque tiene la rodilla deshecha”, se lamenta mientras recopila troncos. “Él está en paro y con lo que cobramos no nos llega”, asegura mientras refunfuña porque la leña está muy mojada. “Hombre, esto nos permite tener leña para pasar el frío que hace aquí”, sentencia Rosa María mientras se inclina y recoge más madera.
Las temperaturas en Solsona cuando llega el invierno suelen bajar hasta los seis u ocho grados centígrados bajo cero, en el momento de más frío. “Durante el amanecer es cuando hace más frío, reconoce Emili Colomer, uno de los dos voluntarios y alma mater del proyecto, aunque no se pavonee de ello. “Yo fui quien le hizo la petición al obispo después de encontrarme a amigos que se habían quedado sin trabajo y me habían dicho que no podían calentar sus casas”, reconoce por lo bajinis. Detrás de sus gafas de sol oscurecidas se esconden unos ojos pequeños pero inteligentes del que ha pasado gran parte de su vida dando clases en los Jesuitas. Con la Iglesia hemos vuelto a topar. Ramón es el tercero en discordia y como en la Santísima Trinidad, acompaña al párroco y a Emili para obrar el “milagro” de paliar la pobreza energética de su municipio. “Ramón se encarga de trocear las ramas y hacer troncos de unos 40 centímetros para que quepan en las estufas”, confiesa el voluntario.
Emili es el encargado del transporte. Al volante de su 4×4 lleva a Alexander y Rosa de vuelta a Solsona, pero sobre todo regresa con el remolque a rebosar de sacos de madera. “La función de los voluntarios –dice Emili antes de poner el coche en marcha- es la de traer las personas al bosque, porque nosotros lo hemos explorado antes, y les ayudamos y cortamos la madera, y luego se las llevamos a sus casas”.
A pocos quilómetros se encuentra la casa de Víctor. Una antigua casa de pagés en el municipio de Olius (Solsona). Lo que sorprende primero de él es su blanca y larga barba, y sus largos y blancos cabellos. Únicamente tapa ese blanco nuclear una gorra de los forestales que lleva calada a modo de un extraño viejo lobo de mar en pleno pre-pirineo. “¿Vosotros también sois pobres?”, pregunta de manera inquisitiva mientras me estrecha la mano. Ante nuestra embarazosa negativa vuelve a la carga. “Porque también se puede ser pobre de aquí y aquí”, y me señala la cabeza y el corazón.
Entre Víctor, Emili y el padre LLuis descargan cuatro sacos. Después de colocar la leña en la entrada, Víctor se dispone a empuñar el hacha. Aunque ya está jubilado propina unos tremendos hachazos a los troncos más gruesos. “Al mes pago un crédito de 300 euros, el alquiler que son 250 euros, la pensión alimenticia de mi hijo que son otros 330 euros más”, repite Víctor a modo de lastimosa retahíla. “Al final sólo me quedan 300 euros para pasar el mes”, asegura este viejo lobo de tierra seca mientras aviva las brasas de su estufa.
La casa de Víctor es de aquellas antiguas de campo. Pero en invierno pasa los días metido dentro de una habitación de no más de 30 metros cuadrados. Además de la estufa, en esta habitación encontramos su mesa despacho con unos cuantos libros encima, que también utiliza para las comidas. Tiene un catre, unas estanterías con productos de limpieza y fotos, muchas fotos. En algunas aparece él sentado junto a una mujer en el comedor de otra casa. En otras, un joven Víctor de pelo negro saluda alegre a Jordi Pujol. Pero las más son de un jovenzuelo vestido con la equipación del Barça. “Esta tarde voy a ver al niño a Barcelona”, se acuerda Víctor mientras recae en una fotografía de su hijo. Una instantánea más de muchas que son recuerdo de una vida feliz, ya pasada.
“¿Veis la temperatura que hace aquí dentro?”, nos pregunta señalando un viejo termómetro colgado en la pared. Ahora la temperatura en casa de Víctor roza los 14 grados centígrados. “Esta estufa puede consumir entre 700 y 800 quilos de madera al mes”, razona. Y continúa, “si una tonelada de madera cuesta 150 euros es bastante dinero para aquellas personas que no se lo pueden permitir”. En casa de este pobre, así es como él mismo se llama, no hay lugar para estufas eléctricas. “Poner la calefacción eléctrica no me lo puedo permitir y gracias a esta iniciativa de la Iglesia puedo ir al bosque para recoger leña y eso te ayuda a hacer una actividad y a la vez te sientes útil”, sentencia Víctor mientras crepita el fuego en su estufa de leña.