DISCAPACITADO Y ADICTO A LA COCAÍNA PIDE SALIR DEL INFIERNO BOLIVIANO

“Vivo en un auténtico infierno, no hay día que duerma más de cinco horas, vivo pegado a un móvil para recibir cualquier día una desgracia, de que mi hermano va a venir muerto”, dice entre sollozos Manuel García, hermano de José, preso en la cárcel de Palmasola en Bolivia. Hace algo menos de un año a José García le pillaron en el aeropuerto de Viru Viru con 482 gramos de cocaína en 16 bolsas líquidas, dentro de su estómago. Pretendía viajar a España, pero en lugar de eso, empezó su periplo por varias cárceles bolivianas. “Se lo pintaron muy bien, lo engatusaron, lo engañaron porque es muy fácil de manipular por la discapacidad mental que padece”, recuerda Manuel desde el piso de su madre en Sabadell. A José le iban a dar 10.000 euros por hacer de mula, o eso pensaba.

No quería levantarse porque vomitaba sangre de las palizas

“Él hablando en plata y pronto es un retrasado mental que le cuesta entender todo lo que le está sucediendo allí”, confiesa Manuel. Continua este hermano desesperado “cada vez está deteriorándose más su estado físico, está dejando de lado su higiene personal, incluso me ha dicho que se quiere suicidar, que se quiere quitar la vida”.  Una vida que se paralizó el 25 de junio de 2013 cuando, tras la detención en el aeropuesto, José fue trasladado a la prisión de Chanchocoro, una de las más duras de Bolivia. “Allí recibió todo tipo de palizas, llegó días que no quería ni levantarse porque vomitaba sangre, recibió hasta descargas eléctricas y palizas externas”, cuenta el hermano a modo de rosario.

«Quiero volver vivo a España»

De Chanchocorito, como la llaman “cariñosamente” los presos trasladaron a José al penal de Palmasola, en régimen abierto. La familia denuncia los continuos robos, abusos y vejaciones a las que José está siendo sometido por otros reclusos. Manuel no puede evitar el llanto cuando recuerda unas de las últimas palabras de su hermano preso “quiero morirme, quiero volver vivo a España”. Para que eso ocurra, para que José vuelva a España debería producirse prácticamente un milagro. Sin juicio, ni sentencia, el traslado se promete largo por no decir eterno. Aún así Manuel ha decidido romper el silencio y dar la cara. Ya lleva recogidas casi 24.000 firmas a través de Internet bajo la petición de Change.org “Cónsules de España en Bolivia protejan a José”.

«Ni los perros están así»

“Yo lo que pido a las administraciones y al ministro José Manuel Margallo es que se interesen por cómo está la situación allí y a Pilar Fresno, la Cónsul española, que haga más presión”, ruega Manuel. “Sé que ha cometido un delito y que lo tiene que pagar pero en condiciones humanas y respetando los derechos humanos, no de una forma animal que ni los perros están así”, se derrumba en llanto. Denuncia Manuel que no se justo el trato que se le está dando a José y pide que le extraditen y que termine por cumplir la condena en un centro donde le ayuden a curarse. Porque el preso español sigue consumiendo cocaína en la cárcel y hace aumentar las deudas contraídas con sus proveedores. Un pez que se muerde la cola, si no paga a tiempo es víctima de las palizas más atroces.

Cuando la cena depende del envío de cinco euros

Aunque la realidad es que sobre el preso español se ha decretado prisión preventiva a la espera de un juicio que casi un año después todavía no se ha celebrado.  Eso a pesar de que el abogado defensor había solicitado el proceso abreviado. Mientras la justicia boliviana sigue su curso, la vida de José se complica día a día. En un vídeo grabado con un móvil enviaba esta semana un mensaje a su hermano. “Hermano, me golpearon unos internos por robarme una chancleta, yo no se la quería dar y me golpearon”, pronunciaba un tanto despistado el preso con signos evidentes de violencia. Labio partido, cara amoratada, bolsas en los ojos y una mirada perdida. “Yo estoy bien hermano, si puedes mandar cinco euros para esta noche la cena”, terminaba el mensaje al otro lado del atlántico.

Durante los casi doce meses el envío de dinero ha sido una constante. A pesar de que Manuel lleva dos años en paro cada mes intenta enviar 100 euros a su hermano. Lo hace a través de la Western Union, a los hermanos evangelistas de la Iglesia Viva. También recarga móviles a otros presos para seguir en contacto con su hermano. “Ellos se preocupan de que coma porque en todo este tiempo ha perdido más de 15 kilos”, se lamenta mientras mira los retratos de su hermano adolescente. Con 55 pesos bolivianos a la semana en el penal de Palmasola el reo tiene derecho a habitación compartida con once presos más, lavabo y ducha. “Si tienes dinero puedes vivir decentemente, todo se paga en la cárcel, si no tienes dinero tienes que comer del rancho”. Manuel cuenta que de cada cinco euros (42 pesos) que envía para recargar los móviles de otros presos, a su hermano le dan tan solo 25. “Y no estoy seguro de que con ese dinero compre comida porque creo que se lo va a gastar todo en droga”.

Enganchado a la cocaína desde los 17

Desde bien joven la droga ha marcado la vida de José al que en el barrio siempre se le veía rodeado de chicos más pequeños. “El siempre ha sido un chico que ha tenido pensamientos infantiles, es muy vulnerable”, comenta Manuel mientras me enseña los papeles que acreditan que su hermano tiene una discapacidad intelectual de más del 33%. Por si eso no hubiera pesado como una losa en la vida de esta familia además José lleva enganchado desde los 17 años a la cocaína. Dicen de él que ha sido siempre muy trabajador, pero su adicción sin control le dejaba sin dinero a principios de mes, aunque acabara de cobrar. La familia le hizo apuntarse al proyecto Hombre pero sin conseguir demasiado.

Viaje de ida al infierno

La familia no se perdona no haber podido impedir que José, una persona deficiente y adicto a la cocaína hubiera viajado a Bolivia, uno de los destinos más calientes en cuanto a tráfico de drogas. Manuel asegura que antes de su marcha había perdido prácticamente el contacto con su hermano tras tantos años de sinsabores originados por la droga. Aún así, una vez preso su hermano empezó a investigar el porqué de su marcha. José había viajado a Bolivia en busca de mujeres. Podría haber sido persuadido por su entorno, o por una mujer de nacionalidad boliviana con la que había contraído un matrimonio de conveniencia a cambio de 800 euros. Dinero que habría utilizado para pagarse el pasaje. Ni la madre, ni su hermano Manuel habrían sabido nada de lo ocurrido.

Permaneció durante cuatro o cinco años en este país trabajando de lo que podía. En una empresa de maderas, descargando camiones, incluso inició una relación sentimental con una mujer boliviana llamada Ángela. Pero en el corazón de Manuel aguardaba un mal presentimiento. “Cada día rezaba para que no engañaran a mi hermano para que no traficara con droga”, explica con un resquicio de amargura. Ahora completa esta historia, parecía inevitable un desenlace como éste. Una tragedia marcada por la drogadicción sin medida y la desatención de una discapacidad que ha acabado encerrado a una persona vulnerable aunque culpable, en el mismísimo infierno.

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