“Lo que más me ha impactado ha sido lo que me han dicho mis estudiantes, que hay niños que están con las fotos de sus padres buscándolos en las basuras”, en ese momento se interrumpe la conversación. Victoria Subirana, esta catalana que en 1988 viajó por primera vez a Nepal y que gracias a sus programas de escolarización ha logrado sacar de la marginalidad a muchos niños y niñas, se emociona. Cuando el suelo empezó a temblar por primera vez, segando las vidas de 2500 personas, Vicky Sherpa se encontraba en su Ripoll natal, a miles de quilómetros de sus hermanos y hermanas… Muy lejos de sus niños.
“Yo estoy desolada, es muy difícil de asimilar esta situación, porque si yo estuviera allí podría actuar, hacer algo”, asegura apesadumbrada. Lo peor, está convencida, son los niños de las chabolas. “Las imágenes que salen en la película de Icíar Bollaín (Katmandú, un espejo en el Cielo) existen y todavía no he podido contactar con ellos”, repite una y otra vez angustiada. Lo único que le consuela en este mar de dudas es que al ser chabolas, quizá se les haya caído encima una uralita y no toda una casa. “A lo mejor han podido salir ilesos”, se intenta convencer entornando los ojos.
Vicky Sherpa, la maestra con el corazón anclado en Nepal ha pasado toda la noche del sábado al domingo sin pegar ojo pendiente del móvil. “Me llamaban exalumnos y conocidos de todas partes, me decían ¿cuándo vendrás, cuándo vas a traer ayuda?, y yo les decía que no sé nada”, confiesa un tanto sobrepasada por los acontecimientos. Lo único que han podido hacer hasta el momento es iniciar un dispositivo de ayuda a través de la página de Facebook (de la Fundación EDUQUAL de la que ella es presidenta) donde han publicado un número de cuenta bancariadónde todo aquel que quiera pueda colaborar.
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Victoria piensa viajar hacia el país donde ha trabajado durante más de un cuarto de siglo para mejorar la vida de niños y mujeres este mismo viernes. Antes intentará hablar con políticos y gobiernos para saber de qué manera se puede ayudar. “Me gustaría llegar y poder coger a estos niños que se han quedado sin nada y darles educación, que es lo único que se puede hacer”, reflexiona con la mirada puesta ya en las laderas escarpadas de Nepal.
Al día después del gran terremoto, le ha seguido una réplica de 6,7 grados en la escala Richter. La población no quiere volver a sus casas, la mayoría tiene miedo de que se les caiga el techo encima. “He llamado a una amiga y no se ha podido poner, no quería entrar en la casa, su hijo que me decía que estaba temblando, en la calle”, reconoce con amargura la maestra Vicky Sherpa. Lo que va conociendo a través de sus contactos es que muchos están en la calle, que han sacado las cosas de las casas y que han hecho un fondo común para poderse alimentar, cada cuál recuperando lo que ha podido de entre los escombros.
El bloque de seis plantas que suministraba a gran parte de Katmandú electricidad durante cuatro horas al día se ha venido a bajo debido a la furia del temblor. “Ha dejado sin luz a prácticamente todo el país, ¿qué se puede hacer?, sin electricidad los hospitales no funcionan, si no hay luz no saben cómo atender a las víctimas”, endurece el rostro esta nepalí de corazón. Aunque las autoridades chinas e indias han sido las primeras en ofrecer ayuda, el problema es que el terremoto ha creado unas gigantescas grietas que además de tragarse personas, han dividido carreteras y no se sabe cómo abastecer de alimentos frescos. Mientras tanto, esperar la llegada de cualquier tipo de ayuda del cielo parece imposible. El aeropuerto Tribhuvan Internacional de Katmandú permanece cerrado.