Sigirya es el tintineo que produce el entrechocar de las cadenas que rodean el cuello de dos de los dos elefantes del pueblo (macho y hembra) mientras éstos enormes paquidermos llevan a lomos a turistas distraídos. El recorrido no es largo. Tan solo son unos pocos centenares de metros lo que supone ir desde “la localidad” de Sigirya, hasta el acceso más cercano a la Roca del León, la gran atracción turística. Los elefantes van y vienen con las dos patas traseras encadenadas, además del collar de hierro sobre sus abultados cuellos.
Cuenta Sheyan, el joven cocinero del “Chooti”, uno de los pocos restaurantes de la zona, que un día la hembra se volvió agresiva llevando una pareja de turistas encima. Echó a correr en estampida, carretera abajo, directa a una rama baja de un árbol. Los turistas tuvieron que saltar, o mejor dicho, dejarse caer. Su cuidador le propinó un pinchazo con una larga vara de madera acabada en una punta de hierro, lo que hizo volver todavía más agresivo al animal. Hoy en día, cuando termina la extenuante jornada de trabajo de transporte (para alborozo de los turistas), mientras el sol va cayendo, la pareja de elefantes se refresca en una charca cercana. Después, a la hora de la cena, se disponen a comer las hojas de las ramas de palma más cercanas, cada uno por separado y con una de sus cuatro patas atada a un poste.

Un elefante come hojas de palma encadenado después de una extenuante jornada de trabajo en Sigirya, Sri Lanka.
Podríamos considerar Sigirya, como la zona urbanizada más cercana a la gran roca que emerge imperial sobre la espesura de la jungla. El “pueblo” queda dividido por un tramo de carretera de unos 800 metros, en dos hileras de edificaciones que se reparten entre hostales, restaurantes, tiendas de artesanía y un minúsculo supermercado. Nosotros nos hospedamos en el “Flower Inn” por 3.300 rupias dos noches, unos 22 euros en total. Las habitaciones están decentes, cuentan con camas con tela mosquitera y baño en su interior, separado por una cortina del resto del espacio. El resto de alojamientos rondan los mismos precios o superiores. Nuestro lugar preferido para desayunar, comer o cenar es el “Chotti”, como ya he adelantado anteriormente. Una advertencia importante es que ninguno de los establecimientos cuenta con wifi. Por si os hospedáis en el “Flower Inn”, hay que tener en cuenta que la conexión sólo llega a la zona de la recepción, justo al lado del salón de estar de la familia que regenta el lugar. Otro aviso, cerrad la tapa del water cuando os vayáis si no queréis saludar a algún que otro simpático sapo chapoteando en el interior del urinario.
La Roca del León cuenta con unos 370 metros de altura y su entrada cuesta unos 26 euros por persona. Además de la ascensión, la entrada permite el acceso a la “pared de espejo”, a unos frescos pintados en la roca y también al museo. A unos tres quilómetros del pueblo se sitúa otra roca, no tan espectacular desde la que tomar buenas fotografías. Las vistas de la jungla y los alrededores desde Sigirya (la Roca del León) son inmejorables. Si corre el viento y el día es nuboso, el ascenso se hace más llevadero. En la base, un par de gigantescas garras de dragón hechas de piedra, dan la bienvenida a los viajeros. Y a partir de ellas, una sinuosa escalera se abre camino hasta la cima, cortando la pared, en algunos tramos, prácticamente vertical. Durante la subida, inmortalizadas en el interior de una cueva el viajero descubre las pinturas conocidas como “las doncellas de las nubes”. Unos frescos que representan bellas damiselas con los senos al descubierto. No está claro si se trata de ninfas celestiales o mujeres nobles de la época, pero son consideradas las únicas pinturas no religiosas de la isla.
Después de dejar atrás una vertiginosa escalera metálica de caracol, por fin se llega a la explanada superior. Allí quedan las ruinas del palacio del rey Kassapa I. Con lo que fueron los jardines, y las piscinas excavadas en la piedra. Desde arriba del todo, se tiene una maravillosa panorámica de la selva ceilandesa y del entorno. Una vez arriba, se puede decir que el viajero ha llegado y que incluso ha podido “tocar” el cielo de Sri Lanka.