
El día después del Ramadán en las calles de Malé, (Maldivas).
Viajamos desde el aeropuerto Bandaranike (Colombo, capital) en Sri Lanka hasta el de Ibrahim Nasir (Malé, capital) en las Maldivas con la aéreo línea Sri Lankan Airlines. Un vuelo que no duró más de una hora, aproximadamente. Habiendo comprado los billetes de avión sin demasiada antelación conseguimos volar por unos 220 euros, ida y vuelta cada uno. Existe otra forma algo más barata pero más engorrosa de trasladarse de Sri Lanka a las Maldivas. Se trata de hacer escala en la vecina India, y pasar un día entero hasta tomar un nuevo vuelo. El aeropuerto de transición es Cochin, al el sur oeste del país indio. Los precios pueden variar, pero este combinado suele salir más económico que viajar directamente desde la vieja Ceilán.
En cabina el vuelo fue exquisito, a pesar de que tuvimos que facturar las maletas grandes de viaje. Algo a lo que habitualmente nos negamos, puesto que dentro del aparato hay espacio de sobra para nuestros dos bultos. Después de un suave aterrizaje sobre la pista del Ibrahim Nasir, -un aeropuerto que él solo ocupa toda una isla-, descubrimos la ingrata sorpresa de que mi mochila estaba rota. O más bien, se había roto como consecuencia de los “mimos” que había recibido de los trabajadores que cargan y descargan las bodegas de los aviones. Así pues, nuestra llegada al paraíso había empezado a escribirse con renglones torcidos.

Una mujer camina frente a una de las mezquitas de Malé, Maldivas.
El cambio de euros a la moneda local, “la rufiya”, en el momento en el que visitamos Maldivas era: un euro equivale a 16.295 rufiyas. Eso cuando llevas los euros en mano. Porque cuando se trataba de comprar en las tiendas, o cuando queríamos sacar dinero de los cajeros automáticos, la ratio se reducía a 15 rufiyas por euro. Una vez cambiamos algo de dinero, nos dispusimos a encontrar el ferri que nos debía llevar hasta nuestro hotel, el Oceanic Village Maldives de Thinadhoo, en el Atolón Vaavu. Habíamos leído muy buenas referencias y recomendaciones acerca del lugar. Un poco apartado de Malé, a unas dos horas en “speed boat” (barco rápido), pero con unos lugares estupendos para bucear.
Lo primero que vimos al salir de la zona restringida de las llegadas en el aeropuerto fue un par de ristras de diminutos puestos en donde se ofrecían vuelos en hidroavión. El desplazamiento entre el aeropuerto y las diferentes islas se puede hacer a través de tres formas diferentes. Las dos primeras tienen que ver con surcar el océano. Es decir, por vía marítima. O bien tomando un ferri (lento pero barato) o un speed boat (rápido y abusivamente caro). La tercera modalidad tiene que ver con las alturas. Se trata de sobrevolar los atolones con un hidroavión que americe justo al lado del resort que el cliente haya reservado. Ésta es sin duda la opción más cara de las tres. Empezando por 300 dólares, continuando por 500, y así hasta lo que uno se permita pagar. El precio va acorde con lo que cuesta una noche de hotel en algunos de los resorts más lujosos del país.
Algunos resorts recrean la idílica estampa de Maldivas. Un semicírculo de cabañas levantadas por columnas de madera sobre las aguas turquesas. Estas están conectadas entre sí, y también con la isla, a través de pasarelas hechas de tablones. El precio por habitación ronda los 2.000 dólares por noche. Y a partir de aquí, el cliente puede empezar a soñar con un servicio que le provea del más mínimo detalle. Incluso antes de que éste haya tenido tiempo que solicitar algo. O, ¿por qué no? Con una habitación bajo el agua, con una ventana acorazada con vistas al arrecife. Y ya puestos, ¿qué tal reservar una cena romántica también bajo mar, en un exclusivo restaurante de tan sólo 16 plazas? Nuestro hotel no prometía grandes lujos pero sí una buena y relajada estancia. O eso es lo que nosotros creíamos.

Los más pequeños celebran el final del Ramadán con sus mejores ropas, en Malé (Maldivas).
Dejando atrás los puestos de los hidroaviones, a la salida del aeropuerto nos impactó la cercanía del mar. El agua se encontraba a tan solo 10 metros de la puerta de salida. Abandonar el lugar no nos proporcionó mayor tranquilidad sobre cómo llegar a nuestro atolón. Esperábamos salir del avión y encontrar una pantalla con todos los horarios de los próximos ferris en dirección a los diferentes atolones del país. Eso hubiera sido lo ideal, pero en realidad, las cosas en Maldivas no son demasiado fáciles si no cuentas con una gran cantidad de dinero en el bolsillo, o si no lo has cerrado todo de antemano. En nuestra incipiente desesperación alcanzamos a ver una oficina donde supuestamente vendían tiquets. Efectivamente, compramos dos billetes para una lancha rumbo a Malé, la capital. Al fin y al cabo, en la ciudad seguro que encontraríamos nuestro ferri, o si más no, un poco más de información.

El aeropuerto Ibrahim Nasir visto desde el ferri que nos llevó a Malé, Maldivas.
El coste de los billetes no superó los cinco dólares al cambio por un viaje de aproximadamente 15 minutos de duración. Malé es una ciudad sin más. No hay demasiado que comentar, excepto que su población es musulmana, al igual de en el resto de las Maldivas. Y que al viajero le pueda sorprender el contraste que supone estar en el paraíso del sol, la playa y los trajes de baño, con una sociedad que no consiente a las mujeres locales mostrar su cuerpo, y que las condena a vestir pañuelo, cuando no, un vestido largo que oculta toda su anatomía, a excepción de sus ojos.
A pesar de nuestras expectativas, en Malé las cosas no mejoraron demasiado. Más al contrario, fueron a peor. Con una marcada tendencia hacia el desastre. Veamos. Como quiera que una vez desembarcados, nadie nos daba razón del lugar donde se tomaban los ferris decidimos tomar una medida de emergencia que recomiendo encarecidamente en este tipo de situaciones: ir a la recepción de un buen hotel. Preguntando a un lugareño logramos llegar al Jen Hotel de Malé. Allí es donde se escenificó la tragedia. Para empezar habíamos llegado el día después del fin del Ramadán. Con lo cual, muchos de los ferris y transportes no funcionaban en todo el día. Así que resultaba difícil movernos hasta nuestro atolón. ¿Estábamos atrapados en Malé?

Entrando en el puerto de Malé con el ferri desde el aeropuerto Ibrahim Nasir, (Maldivas).
Y otra pegunta, ¿las cosas podrían ir a peor? Por supuesto que sí. Muy amablemente el personal de la recepción del hotel llamó por nosotros al propietario de nuestro hotel. Cuando me puse el auricular en la oreja no podía creer lo que aquel tipo me estaba contando. Resulta que el hotel estaba cerrado porque unas semanas atrás se había desencadenado una tormenta que había destrozado parte del tejado y lo estaban tratando de arreglar. Se ve que el señor había intentado ponerse en contacto con nosotros durante más de dos semanas, -tiempo en el que estuvimos viajando a través de Sri Lanka-, pero que no lo había conseguido. En conclusión, que nos encontrábamos sin hotel al que acudir, sin forma de movernos y con poco dinero para pagar un nuevo alojamiento en uno de los lugares más caros del planeta.
Infierno en las Maldivas. ¿Cómo sobreponerse a una bofetada con gusto salado a mar y a sensación de engaño? Pues lo hicimos. La recepción de Jen Hotel se convirtió en nuestra oficina de trabajo y mientras yo llamaba a Agoda, -que era el portal a través del cual habíamos hecho la reserva-, Esther se dedicaba a rastrear posibles nuevos alojamientos para la semana larga que debíamos pasar en las Maldivas. La llamada al servicio de atención 24 de Agoda fue suficiente para solicitar la devolución del dinero de la reserva (que tardó en hacerse efectiva unos cuatro días). A cambio tuve que abonar al hotel 90 euros por una llamada internacional de unos 24 minutos de duración. Y también afortunadamente Esther logró encontrar la que fue nuestra salvación: el Isle Beach Inn. Un precioso hotel situado en la isla de Mafushi, en el South Atoll Male.
En Mafushi podríamos pasar una semana completa y por menos de la mitad de lo que nos había costado el primer hotel, desayuno incluido. Ahora lo único que quedaba por solucionar era pasar una noche en Malé. Buscamos un alojamiento barato. En Sri Lanka estábamos acostumbrados a pagar entre 12 y 20 euros por una habitación doble y noche. Así que emprendimos la búsqueda. Lo más barato que pudimos encontrar fue el Skai Lodge. Un decadente hotel con habitaciones correctas por el que pedían por noche 50 euros sin desayuno. Una cantidad que se convertía en 61 dólares por arte de birlibirloque. Por eso, y por las dos tasas que no están incluidas, la primera del gobierno (12%) y la segunda relacionada con el servicio (10%), que se clavan como espadas una vez uno realiza el “check out” (salida).
Malé bulle con el movimiento de los locales que, -a pie o en moto-, recorren la calle principal que da al puerto. Nuestra visita coincidió con la celebración del final del Ramadán, por lo que los más pequeños vestían de domingo. Especialmente las niñas, que cual cristianas a punto de recibir la primera comunión, lucían vestidos de princesas, a base de encajes y mucho tejido satinado. Los adultos también estaban de celebración. Las mujeres vestían largos vestidos y bellos pañuelos que les cubrían el pelo. En España no estamos acostumbrados al modo en el que las jóvenes maldivas se colocan el pañuelo, más parecido a un turbante que a un simple pañuelo.
Y para terminar el post una anécdota que nos llevamos de recuerdo, precisamente en una tienda de suvenires de Malé. Entre tallas de madera de tiburones, rayas y delfines, imanes para la nevera y mapas de los atolones, varios dependientes prestaban atención al juego que estaba proyectando una televisión. Es difícil no quedarse absorto con el desarrollo del juego. Entre seis y ocho mujeres vestidas con trajes largos y pañuelos, algunas de rodillas sobre el terreno de juego, y otras de pie, esperan ansiosas el disparo de una pelota de tenis. La encargada de lanzar el “match ball” es otra jugadora del equipo contrario, totalmente tapada, que con una raqueta de tenis, va lanzando pelotazos a las rivales.

El dependiente de la tienda de suvenires mira entretenido el partido de este particular deporte en la pantalla de su televisión, Malé (Maldivas).
El juego consiste en que si la pelota toca a una rival y ésta no logra cogerla, queda eliminada. Y se trata de saber cuántas jugadoras son eliminadas durante un tiempo limitado en el que la lanzadora debe emplearse a fondo. Sobre todo porque los lanzamientos los hace de espalda, sin mirar. Es como si Rafa Nadal se pusiera de espalda a la red e intentara hacer un “smash”, intentando “dar a matar” a Djokovic. “Queremos convertirlo en un juego olímpico”, comentó el dependiente, mientras regateábamos el precio de unas postales de Maldivas.