
Moustafa Hassan, uno de los 60 migrantes rescatados por la oenegé española Proactiva Open Arms.
“No quiero tener más problemas, ¿comprendes?”, clavaba en los míos sus oscuros ojos Moustafa Hassan, uno de los 50 migrantes alojados en la residencia Joaquin Blume de Esplugues de Llobregat. Tiene 36 años y un cuerpo delgado y huesudo. “Tengo una enfermedad y necesito medicinas”, asegura. En su Egipto natal trabajaba como pintor. Un trágico accidente de coche y una muerte accidental le obligaron a salir del país de las pirámides y la arena. “Crucé a Libia y viví durante tres años y seis meses, no entiendo por qué la gente dice que los libios son malos”, me insiste.
Durante algún tiempo estuvo trabajando de lo que podía. Pero las medicinas que necesitaba para continuar viviendo eran demasiado caras y el dinero que conseguía no llegaba para cubrir los tratamientos. Una vez en Barcelona la Cruz Roja y los servicios sociales se han hecho cargo de las personas rescatadas. Moustafa me enseña la etiqueta que rodea su escuálida muñeca. “Aquí nos han visitados los doctores y me dan las medicinas”. En el otro brazo, el izquierdo, me enseña las pintadas hechas con bolígrafo azul. “Open Arms, -se señala-, este es mi equipo, el que me ha dado la vida, -mientras, por todo el resto del brazo se leen varios nombres como Begoña o David, sus salvadores.
Cuenta Moustafa que al cabo de un tiempo de malvivir en Libia, tuvo que renovar el pasaporte. La policía le interceptó en una redada, y pasó entre rejas cuatro meses. “Un libio me ayudó, me sacó de la cárcel, me pagó el billete para el bote y me dio comida”. Así, con la ayuda de un buen hombre, recalca, se hizo a la mar, junto con otros 60 migrantes, la mayoría hombres, pero también mujeres y niños. “Cuando estaba en la barca solo veía el cielo y un gran mar azul”, recuerda. El resto es ya historia, gracias a la intervención de la oenegé española Proactiva Open Arms. “Estoy muy agradecido a los españoles, gracias a Dios nos rescataron”.
En el barco, rumbo al puerto seguro de Barcelona, la alegría se contagió entre los migrantes en cuanto supieron que no les devolvían a Libia. “Yo no puedo volver a Egipto, tampoco a Libia”. Como él, el resto de personas rescatadas tiene sus motivos, sus razones para llegar a Europa. “En el barco los españoles nos trataron muy bien, no había diferencia entre blancos o negros, todos éramos iguales”, asegura.
Frente a la escalera de la residencia para deportistas, Moustafa se emociona varias veces cuando recuerda las penurias pasadas. La voz se le quiebra y los ojos se le humedecen. “Yo estoy enfermo pero Dios siempre he ha ayudado, como ahora”, repite varias veces con la fe de un profeta. El Gobierno de España ha otorgado a los migrantes rescatados en las aguas de las costas libias un permiso especial humanitario. “Quiero quedarme en España, estudiar y trabajar en electrónica”, me confiesa.
Es la hora de comer, y todos los hombres que estaban sentados en la escalinata de la puerta principal de la Joaquin Blume, se incorporan para entrar. Le doy la mano a Mustafa varias veces, en una despedida larga. “No te olvides de mi, estoy en Facebook”, me pide. “Salgo con gafas de sol y una camiseta verde”, me dice para que no haya equívocos. Me marcho. He contraído una deuda con él, y tengo intención de saldarla.