
A las cinco de la mañana amanece en la selva del sur de Kalimantan. El rugido del macho dominante Thom se deja oír, a lo lejos, hasta que se diluye con el resto de los sonidos que emiten los demás animales.

Se trata de una sonata que no cesa durante todo el día, y mucho menos durante la noche, cuando el silencio del hombre se hace patente, impera la sinfonía de la selva. Es del todo imposible discriminar tal cantidad de sonidos, al final uno pierde la cuenta y acaba abandonándose al sueño reparador.

Es hora de desamarrar de la vegetación del manglar de la margen izquierda del río. El café con leche cEs hora de desamarrar nuestro klotok de la vegetación del manglar de la margen izquierda del río. El café con leche condensada aparece humeante ante los primeros rayos de sol. El cielo se despereza y también los moradpres del bosque. De repente, en el lado que queda fuera del parque nacional de Tanjung Puting, un orangután salvaje estira las extremidades en la copa de un árbol. No es habitual verlos en este lado del río, donde comparten espacio con los habitantes humanos y las plantaciones de palma. A pesar de eso algunos cruzan las aguas marrones del Sunai Sekoyen, desplazándose de rama en rama.

Llega un punto en la navegación río arriba en el que las aguas marrones que habíamos visto hasta el mLlega un punto en la navegación río arriba en el que las aguas marrones que habíamos visto hasta el momento topan con otras de color negro azabache. Éstas últimas pertenecen al canal que da acceso a los dos campamentos de Tanjung Puting. El color del agua viene dado por el agua de lluvia que es filtrada por las hojas de los árboles y la tierra. El espectáculo dura tan sólo unos segundos, el tiempo que tarda el klotok en sobrepasar esta especie de mancha oscura de “café con leche”.

Nuestra primera parada y amarre ha sido en el campamento 2 del Parque Nacional Tanjung Puting. Dodi, nuestro guía, no tenía demasiada prisa por llegar. Lo cierto es que ya hacía rato que unos seis klotoks más habían echado “anclas” en el embarcadero. Pero el retraso ha sido deliberado y debidamente recompensado. Todo gracias a que hemos roto las normas.

La primera regla del parque es no dar de comer a los orangutanes. La segunda, no tocarlos. La tercera, no interponerse entre un macho y una hembra. La cuarta no comer o beber delante de los orangutanes. Etcétera. Pues bien, no habíamos dado todavía un puñado de pasos por el camino abierto a machete en la jungla cuando de repente hemos avistado a una madre con su cría.

El pelo del orangután (en bahasa indonesio, Orang-hombre y Utan-bosque) es largo y espeso, de un color rojizo. Su piel es oscura, al contrario que las crías que tienen una dermis más blanquecina. El tamaño medio de un macho puede sobrepasar el metro y medio de altura. Y puede llegar a pesar más de dos cientos quilos. Sus manos y sus dedos, cuál poderosas pinzas, pueden abarcar un tronco de buen tamaño.

De brazos extremadamente largos y desproporcionados con respecto al cuerpo, el orangután no salta de rama en rama. Para desplazarse utiliza sus extremidades con las que zarandea el árbol en el que está, acercándose al siguiente y así prosigue su marcha. Si ha de desplazarse por tierra utiliza las dos extremidades posteriores como ejes motores del movimiento y de sujeción, mientras que el dorso de las manos delanteras les sirve de apoyo.

A lado y lado del río es frecuente ver agrupaciones de ramas secas en lo alto de los árboles, se trata de nidos antiguos de estos primates. Los nuevos son de color verde. Uno de los trabajos diarios de estos animales es la construcción de estas peculiares camas, una para la siesta y la otra para la hora de ir a dormir. Los orangutanes son animales solitarios, a excepción de las madres que llevan las crías a cuestas, como la madre e hija con las que habíamos topado.

Además de captar su atención con gritos guturales de nuestro guía, éste ha decido transgredir la primera norma y dar de comer plátanos primero a la madre, y luego a la cría. Anclada con un brazo y una pierna a la corteza del árbol, la madre utilizaba la otra pierna para inclinarse hacia nosotros, y el otro brazo extendido para recoger el alimento. Esther ha sido la más afortunada del día. Gracias a mi insistencia por encontrar la fotografía perfecta, y a que nuevamente hemos transgredido las reglas, ha podido tocar la manita de una cría, mientras le acercaba un plátano.

EEn silencio y con la conciencia no demasiado tranquila, hemos llegado al comedero donde se encontraban el resto de turistas. Allí observaban por turnos como varios orangutanes (machos, hembras y crías) se alimentaban. Primero los machos de mofletes hinchados. Cuanto más crecen, más se les agranda esa parte de la cara. Algunos llegan incluso a no poder ver durante la vejez como consecuencia del crecimiento desmedido. Luego de los machos, comían plácidamente las madres con las crías. Todo sucedía en una plataforma de madera a la que los orangutanes accedían por una escalera, también de madera. El menú constaba de varios quilos de plátanos y barreños de leche.

Para evitar transgredir las normas, varios cables de acero delimitaban el espacio del comedero del lugar reservado para los turistas, ávidos de fotografías. Unas banquetas y unas cuantas botellas de agua eran las únicas comodidades con las que contábamos para batallar contra el calor y la humedad. Después de contemplar durante varias horas el comportamiento de estos característicos animales, nos hemos dirigido hacia el campamento Leakey, nuestro segundo destino del día y el lugar en donde una decena de personas se preocupan por el bienestar y la alimentación de los primates.

Antes de acceder, todas las embarcaciones habían amarrado a lado y lado del río para comer. Nuestro klotok había sido uno de los últimos. Llegábamos tarde a la hora de la comida. Otro retraso que como el primero, ha sido recompensado y con creces, por otra maravillosa transgresión de las normas. Al acercarnos ya divisábamos movimiento de cámaras y objetivos desde la cubierta de los otros klotoks. Señal inequívoca de la presencia de grandes primates. Tres machos rondaban los árboles de la margen perteneciente al parque nacional. Rápidamente han venido a nuestro encuentro. ¿El secreto de tan especial encuentro? la suculenta comida que nos había preparado nuestro cocinero de a bordo.

Durante todo el almuerzo ha sido un sin parar de interrupciones. Cada vez que me acercaba a coger una patata frita, los orangutanes ponían de manifiesto que ellos también querían participar del banquete. ¿Cómo? Buscando las ramas más cercanas, de los árboles más próximos a nuestra embarcación, para acto seguido estirarse y alargar un brazo con la palma de la mano abierta. En señal claro de “dame comida”. La tensión era máxima, ¿cómo no darles comida teniendo los platos en la mesa? Además, ya habíamos roto la regla de no comer delante de los orangutanes.

Ante la desaprobación de otros turistas hemos de reconocer que hemos lanzado una patata frita que automáticamente uno de los orangutanes ha cogido al vuelo. Hay que decir que quién había abierto la veda ha sido Dodi, nuestro guía. En resumen, la patata debía estar demasiado salada porque el animal ha ido ipso facto a beber agua. Y, por otro lado, hemos sido la envidia del resto de los klotoks porque los orangutanes no se han despegado de nosotros. Lo confieso, hemos vuelto a romper las reglas.

Llegaba la hora de adentrarnos en el campamento Leakey. Se trata del extraordinario trabajo de la doctora Biruté Galdikas, quien entrenada por el afamado naturalista Louis Leakey, decidió fundar el campamento después de llegar a Tanjung Puting tras una larga travesía en canoa. La doctora Galdikas compartió mentor con otras dos pesos pesados en cuanto a primates se refiere: Dian Fossey con los gorilas, y Jane Goodall con los chimpancés. Pues bien, un cartel hecho en madera recuerda el trabajo de este inmejorable cuarteto para preservar y proteger a estos grandes animales, tan parecidos a los humanos.

Un ejemplar de mediano tamaño llamado Atlas nos ha dado la bienvenida al embarcadero. Rápidamente y de la mano de nuestro guía, Atlas ha ido caminando durante unos metros por la plataforma de madera, bosque adentro. Le ha faltado tiempo para encontrar en los bolsillos de Dodi un par de plátanos. Este primer inquilino del campamento Leaky no iba a ser nada comparado con la comitiva real que estábamos a punto de presenciar.

Thom, el macho alfa del campamento, se abría paso majestuoso por la plataforma. Sus dos mofletes eran enormes y su tamaño descomunal. Ronda los 45 años de edad y de momento su reinado se mantiene sin contratiempos. Cerraba la comitiva Si Sui, la reina. Una hembra tres veces inferior en tamaño que su consorte, que le seguía a paso tranquilo.

Nos encaminamos al segundo comedero donde unos cuidadores dejaban mochilas repletas de plátanos y cubos con leche, encima de una plataforma. Allí estaba deleitándose con el menú otro macho, de menor tamaño que Thom, pero que imponía respeto igualmente con sus desarrollados mofletes. Mientras él comía, varias madres con sus crías miraban el espectáculo desde árboles cercanos. Esperaban su turno, es decir, aguardaban a que el orangután macho terminara. Y así, durante varias horas, los machos y las hembras con crías se iban intercambiando los papeles, subiendo y bajando de la plataforma. Y también acercándose y alejándose de nosotros como si tal cosa. Cuál obra de teatro escenificada en el peculiar auditorio selvático de Borneo, entraban y salían a escenario los actores más primigenios nunca antes vistos.

De vuelta a nuestro klotok, todavía tuvimos el privilegio de cruzarnos con el macho dominante Thom, que caminaba balanceándose tranquilamente. Al grito de llamada de los guías, Thom se giraba y nos obsequiaba con una mirada impenetrable y siempre impredecible. La fuerza de estos animales es ocho veces superior a la de los seres humanos. Ya en el embarcadero, una hembra con su cría se resistía a dejarnos marchar del campamento Leakey.

El atardecer caía de nuevo sobre el parque nacional de Tanjung Puting. Los colores rojizos y ocres del crepúsculo selvático eran el reclamo para que decenas y decenas de monos narigudos y también monos plateados buscaran un lugar en la copa de los árboles, y contemplasen el momento. Grupos numerosos de monos plateados abrazados unos con otros se preparaban para pasar los rigores “gélidos”, de la noche en la selva.

El día declinaba y nosotros recordábamos la gran experiencia vivida. Negra noche y cielo estrellado. El mismo que compartíamos con los orangutanes salvajes de Kalimantan. Eso y el privilegio de haber compartido unos instantes con estos magníficos seres, «los hombres del bosque».
