Después de dos noches y de un chapuzón nocturno en la piscina descubierta en la terraza de la séptima planta de nuestro hotel, hoy tocaba cambiar de hospedaje. Buscando algo más económico, pero cerca de la parada Surasak (S5) del Skytrain, finalmente hemos reservado un par de noches en el hostel mochilero Saphai Pae situado en una calle perpendicular a Si Lom Road.
Una habitación doble con baño incluido nos ha costado algo más 600 bahts (unos 15 euros) cada uno. Una vez dejadas las mochilas en el “locker” (en la consigna del hostel) nos hemos dirigido al río Mae Nam Chao Praya a bordo de un tuk-tuk, uno de los ya mencionados “bólidos” del transporte público bangkokí. El conductor nos ha dejado en las inmediaciones del embarcadero de Saphan Taksin, localizado al sur del río.

Arco de seguridad de la parada de metro de Sala Daeng. Un policía registra bolsas y mochilas de los usuarios (Bangkok).
De allí, sin tener mucha idea hemos comprado un billete “single” (sencillo) que nos ha costado 40 baths a cada uno (un euro por persona). Hemos zarpado en una barca «patera» llena de tailandeses y turistas. No sabíamos cual iba a ser el recorrido. Afortunadamente, la primera parada después de 20 minutos ha sido el embarcadero cercano a los templos de Wat Pho y Wat Phra Kaew, y también próximo al Grand Palace, el antiguo y majestuoso palacio real, río arriba.
Después de haber puesto los dos pies en tierra firme, nos hemos encaminado hacia el centro histórico de Bangkok a través de un mercado de puestos callejeros. El fuerte olor a pescado seco y fermentado se entremezclaba con el olor a carne a la brasa de las brochetas de pollo, y del arroz del pad thai recién cocinado. Mientras avanzábamos hacia el Wat Pho un tailandés «muy amable», bien vestido, de mediana edad y con una cartera de ejecutivo en la mano, se nos ha acercado y nos ha hecho varias preguntas. La primera, ¿dónde vais? La segunda, ¿cuánto tiempo lleváis en Tailandia? La tercera, ¿dónde iréis después de Bangkok? Hemos contestado las tres, siendo educados y respetuosos, como somos. Gran error.
Normalmente la mayoría de tailandeses que te ven un poco desorientado quieren ayudarte. Pero cuidado con los que por iniciativa propia van a buscarte, y más si estás en una zona turística. En este caso el “simpático” tailandés se estaba informando sobre nuestro nivel de desconocimiento sobre el funcionamiento de los tuk-tuks. A más tiempo en el país, más sabes acerca de las triquiñuelas de los locales, y más facilidad tienes para evitar pequeñas estafas. Eso lo saben, y por ese mismo motivo ponen mucho empeño en informarse sobre la estancia del viajero, antes de iniciar su táctica para el engaño.
Pero desafortunadamente, ya habíamos caído en las redes del “simpático” tailandés. Éste, acompañándonos a una marquesina cercanaen la que había un mapa del centro, nos ha aconsejado que no fuéramos ni al Grand Palace ni al recinto del Buda reclinado (Wat Pho) alegando que a esas horas había muchos turistas y muchos “pick pockets” (carteristas). Nos ha señalado en el mapa tres puntos que quedan relativamente más apartados del circuito turístico y que son menos visitados. Se trataban del Loha Prasat, el Golden Mountain y una tienda de exportación de joyas llamada Export Shop. ¡Cuidado, peligro!
Aunque desgraciadamente en este punto no nos percatamos del engaño. Pesaba más nuestra codicia por cerrar enseguida semejante trato, que para nosotros parecía tan ventajoso. Y es que, a priori, todo pintaba de maravilla. El tuk-tuk nos iba a costar tan sólo 20 bahts (50 céntimos) a cada uno por un trayecto que nos iba a llevar a los tres destinos citados. Nos esperaría en cada uno de ellos el tiempo que necesitáramos, para deleitarnos a gusto con tales obras maestras. Finalmente nos llevaría de vuelta a la zona del Wat Prha Kaew. Y repito, todo esto por un montante total de 100 bahts (un solo euro).

Exteriores del edificio principal del Loha Prasat, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Bangkok.
Así que nuestro conductor, un tipo delgado de unos treinta y tantos años, de gesto amable, y con unas gafas copia de RayBan estampadas en la cara, nos ha llevado hasta el templo de Loha Prassat. Asentado en el distrito de Phra Nakhon, se trata de un templo con reliquias diminutas de Buda, innumerables estatuas budistas, que fue ordenado construir por el monarca Rama III en 1846. Su arquitectura, única en el mundo en su tipo, le valió el nombramiento de patrimonio de la humanidad por la UNESCO, en 2005. Sus 36 metros de altura, junto con 37 espirales negras o chedis apuntando al cielo, son argumentos más que suficientes para, al menos, disparar varias fotos de recuerdo.
Nuestra desconfianza a que nuestro conductor se hubiera largado mientras hacíamos la visita se disipó en el mismo momento en que salimos y lo encontramos reclinado en el asiento trasero de su tuk-tuk. De momento todo estaba saliendo a pedir de boca. Pero una vez subidos en el tuk-tuk y de camino al siguiente destino: primera sorpresa. A medio trayecto, pararíamos en una tienda de joyas, la famosa Export Shop (tienda de exportación). El negocio de los tuk-tuks es llevarte al lugar que tú le indicas que quieres ir por muy poco dinero (a veces por un euro por persona) pero antes tienes que visitar una letanía de tiendas. Y por supuesto es obligatorio poner cara de querer comprar algo, para luego salir pitando, con las manos vacías y la tarjeta de crédito intacta, a poder ser. De esta manera los conductores de tuk-tuks reciben de esas tiendas cupones para llenar el tanque de gasolina.
Pues bien, la primera parada de nuestra improvisada mañana de “shopping” ha sido a una tienda de joyas que supuestamente sólo comercia exportando, no vendiendo al público. Pero que «por suerte para nosotros» esta semana abría de forma excepcional ofreciendo un 30% de descuento. Allí podíamos encontrar rubíes, zafiros y otras piedras preciosas talladas en Tailandia, muy baratas. ¡Todo un chollo! Pero cuidado, como no somos expertos, nos hemos abstenido de comprar nada. Según las guías hay mucha estafa en la compra-venta de joyas en Tailandia.
Se ha de decir en su favor que si realmente se trataba de una estafa, la puesta en escena era bastante creíble. El local contaba con varias mesas con vitrinas alargadas repletas de mercancía en decenas de mostradores. Y las dependientas resultaban incansables buscadoras de la piedra que más podía favorecer al viajero, sobre todo a las damas. Calculadora en mano nos pedían que diéramos un precio para así poder regatear. Muy tarde para mi sorpresa se han percatado que realmente no estábamos dispuestos a comprar. Así que sólo ha sido necesario un definitivo “kon pun kan” (gracias) para que desistieran en su empeño y apagaran las flexos que iluminaban sortijas, collares y pendientes.

«Todo aquel que sucumba a sus propios impulsos está abocado a los problemas». Mensaje en el Loha Prasat, Bangkok.
Así qué, después de una fantástica actuación por nuestra parte hemos creído adecuado salir creyendo que habíamos cumplido. A la salida nos esperaba nuestro conductor, al que no habíamos pagado nada todavía. Muy educadamente nos ha dicho que iríamos a dos tiendas más antes de dirigirnos a nuestro siguiente destino: Golden Mountain. El tailandés se disculpaba y nos rogaba que fuéramos porque de eso dependía el depósito del día. ¿Qué podíamos hacer? Además siempre hemos sido unos buenazos. Así pues primero hemos recalado en una tienda donde confeccionan trajes a medida. Tres camisas de algodón de Egipto por 60 euros, precio especial porque “en España hay crisis”, eso me ha dicho el dependiente. Muy educadamente le hemos dicho que era muy caro para nosotros y nos hemos marchado. La última parada ha sido otra joyería y hemos actuado siguiendo el mismo procedimiento que con la anterior. Sólo queríamos hacer un poco de turismo y ya empezábamos a estar un tanto cansados de esa farsa.
Finalmente hemos llegado al Monte Dorado. Después de que nuestro conductor nos hubiera asegurado que había conseguido los cupones de gasolina. Así que, por fin más relajados, nos hemos dispuesto a recrearnos en la visita. El Monte Dorado estaba conformado por una elevación artificial con mucha vegetación de entre la que destacan decenas de árboles centenarios retorcidos. Sus sinuosos e inacabables escalones son remontados, de igual manera, por monjes vestidos con túnicas de color naranja y blanco, y por turistas de todas las nacionalidades. En las diferentes terrazas abundan las campanas de pequeño y mediano tamaño que, dispuestas en hileras, han de ser tocadas en orden, una tras otras, para obtener la protección deseada.
Predominando sobre las filas de campanas, algunos tambores budistas llamados popularmente “dongs”, (la palabra se pronuncia del mismo modo que el timbre del sonido que emite el tambor cuando es golpeado). Se trata de enormes circunferencias hechas de latón o bronce que permanecen suspendidas por un soporte de madera). Y se hacen sonar con martillos hechos de piel curtida sujetada a un mango de madera.
Al final de la ascensión, el viajero disfruta de unas espectaculares vistas de 360 grados de la ciudad. En lo más alto nos esperaban las tallas de Phu Khao Thong. Allí los locales presentaban ofrendas y rezaban incienso en mano, arrodillados frente a las estatuas, con el ceño fruncido sobremanera. Orquestando el culto, un monje tejía pulseras hechas de hilo anaranjado que regalaba tanto a viajeros como a locales.
Después de todo, el día no había estado tan mal. No habíamos visto los lugares que teníamos planeado visitar pero por el contrario habíamos conocido aquello que no aparece en la guía. Con la satisfacción del deber cumplido y con la cámara de fotos todavía humeante, nos hemos dirigido hacia la salida. Pero cuál ha sido nuestra sorpresa al descender y ver que el conductor que nos debía llevar de vuelta se había marchado. Y ahora los tuk-tuks apostados a la puerta nos pedían 100 bahts cada uno (unos 2,5 euros) para que nos llevarán de vuelta al punto de partida. Y claro, haciendo alguna que otra parada previa en tiendas.

Reliquia de Buda traída desde la India en instalada en el Golden Mountain por el rey Rama V (Bangkok).
Ahí está el negocio. Te marean toda la mañana de tienda en tienda y luego te dejan tirado cuando ya tienen el depósito de gasolina asegurado. Solución, hemos regateado a fondo para que otro conductor nos llevara a la estación de Skytrain más cercana. Por 60 bahts hemos llegado de forma directa, después de asegurarle que ya habíamos tenido suficientes visitas a tiendas, por ese día.

La vegetación y las cascadas artificiales emiten vapor de agua con el que los turistas se refrescan, en el Golden Mountain (Bangkok).
Por cierto, quisiera abandonar este aparente tono de indignación ya que me gustaría recordar que estamos hablando de cantidades de dinero muy pequeñas. Montantes que en cualquiera de nuestras ciudades occidentales nos harían sonrojar si tuviéramos que regatear por ellas. Aún así, como digo, hoy nos hemos quedado sin ver las cosas que nos habíamos propuesto. Y sin embargo (y para mi ha resultado ser una gran lección) ya sabemos más cosas de la idiosincrasia de los tailandeses: la formalidad dura lo que les cuesta pronunciar: “yes” (sí).
jejejejeje por favor Diego qué util me va a resultar leerte estos días!! Menuda anécdota!! jijijiji bueno saber estas triquiñuelas, de todos modos yo ya había leído por ahí que nada de tuktuks por el rollo turisteo y caro pero ahora ya sé que no! Encantada con tu blog, pequeño!
Jaja, real como lo vida misma. Sólo una cosa, por la época en que escribiste el post el cambio era mas o menos un euro / 40 bahts. Así es que 100 bahts eran 2 euros y pico.