No queríamos llegar tarde y a las 21.20 ya estábamos sentados en los asientos 17y 18 del coche 9, del tren que nos iba a llevar a Chiang Mai. Unos 40 minutos antes de la salida empezaba a llenarse el tren de viajeros como nosotros, y también de oriundos. Nuestros billetes eran de segunda clase y la única comodidad que teníamos, además de cinco ventiladores repartidos por el techo del vagón, eran unos asientos reclinables bastante incómodos. Aún con las ventanillas bajadas y los ventiladores funcionando, el bochorno se colaba por el resquicio existente entre nuestras espaldas y el poliéster de los asientos, dejándonos completamente mojados.
Eso por lo que respecta a nuestro vagón. Uno más hacia delante debía ser ya de tercera clase porque ni siquiera los asientos podían reclinarse. Pero, para nuestra desesperación, lo bueno quedaba atrás, en el vagón justo anterior al nuestro, los asientos eran de mejor calidad. Tenían más grado de reclinación e incluso una pequeña mesita plegable individual. Aún más atrás, el aspecto de vagón de tren convencional se transformaba para dar cabida a literas a lado y lado del pasillo. Literas como tal en la parte de arriba y dos butacas encaradas en la parte justo de abajo, con lo que hacían las veces de cama. La calidad iba subiendo a medida que avanzabas en sentido inverso a la marcha. En el siguiente coche, los pasajeros ya contaban con aire acondicionado y con unos aseos con agua corriente. No he querido continuar adentrándome en los secretos del expreso. Creo que únicamente me faltaban por examinar los camarotes privados. ¿Para qué hacerse más mala sangre?
De vuelta a mi asiento me dispuse a pasar la noche lo mejor posible. A las dos horas de viaje llegamos a la estación de Ayuttaya, la antigua capital de Siam. Algo en ella era diferente a la del resto de ciudades que habíamos visto. Abundaban los mochileros como nosotros esperando el tren para dirigirse al norte.

Interior del vagón del tren Bangkok-Chiang Mai, 15 horas después de la salida desde la estación de Hua Lamphong.
Alerta spoiler. Después de 19 horas viajando, el cuerpo deja de ser algo hecho de carne y hueso para convertirse en un amasijo dolorido e inflado de materia inconcreta. Las luces no se han apagado durante todo el trayecto y el traqueteo de los raíles no ha sido nada comparado con el ruido de campanas y pitidos de los jefes de estación. Además quién podría concentrarse en el sueño, con el ir y venir de las vendedoras ambulantes. Patas de pollo fritas, algo parecido a salchichas de pollo, café con leche con hielo, agua, CocaCola, etc.

Jefe de estación de tren de una de las muchas poblaciones tailandesas por las que pasa el tren que va desde Bangkok a Chiang Mai.
Y por la ventanilla, ya desde las 6 de la mañana clareaba el cielo y despuntaban los primeros rayos de sol. Ante nosotros se abría un paisaje radicalmente diferente al de la gran metrópoli de Bagkok. Campos de cultivo de arroz semi-anegados, grandes planicies ausentes de árboles en barbecho, pequeñas elevaciones cubiertas de un manto de vegetación exuberante, y un cielo más azul.

Campos de arroz vistos desde la ventanilla del vagón del tren que nos llevó desde Bangkok y Chiang Mai.
Desde nuestros asientos, y cuando la pesadumbre del cansancio nos daba una tregua, llegábamos a avistar a los agricultores como empujaban los arados, entre arrozales. Los árboles eran altos y tiesos, y sus ramas se alargaban en el espacio ocupándolo todo de hojas y verde. Con 19 horas de traqueteo y posturas imposibles destinadas a intimar con el sueño, por fin los viajeros llegamos a Chinag Mai, la segunda ciudad en importancia de Tailandia.
Menos mal que los asientos del tren no eran de madera, como los de tercera antiguamente aquí en España.