Nada más sumergirnos en el agua desaparece ese peso incómodo que supone todo el equipo a nuestra espalda. Es más, damos gracias a nuestro chaleco por que con tan sólo apretar un botón de la tráquea, nos da la flotabilidad positiva que tanto necesitamos para mantenernos a flote. Una vez hecho esto, nos retiramos la máscara y cerramos el puño de la mano derecha para colocarlo justo por encima de nuestra cabeza. De esta forma damos la señal, al resto de buceadores que quedan en el barco, de que nuestra entrada ha sido correcta y que pueden seguir lanzándose al agua.
Uno puede hacer pruebas intentando respirar a través del regulador mientras todavía flota en superficie. Notará como debe hacer un ligero esfuerzo para demandar aire del regulador. “Respiro aire a través del conducto conectado al regulador, muy bien”, es lo que repito para mis adentros. Pero nada aterra más, al principio, que el pulgar del instructor señalando hacia las profundidades marinas indicándonos que vamos a ir para abajo. En ese momento sabes que durante los siguientes 45 minutos no vas a poder respirar por la nariz. Mientras desinflas el chaleco de flotabilidad para descender con mayor facilidad y te vas hundiendo, los pensamientos que se te pasan por la cabeza van desde el pánico a no saber mantener la respiración, pasando por el miedo a no saber reaccionar ante una emergencia, hasta la expectación por ver con tus propios ojos el mundo submarino. ¡Me falta el aire!
Una inhalación fuerte. Otra. Y otra más “¡Vuelvo a quedarme sin aire!” Otra inhalación fuerte. “¡No me llega el aire!” Entro en pánico. Quiero subir a la superficie y respirar por la nariz. Estoy decidido a hacerlo. Voy a hacerlo… “Pero espera, entre tanta inhalación, ante el miedo a quedarme sin aire, me he olvidado de exhalar”. Tengo tanto aire en los pulmones que no dejo entrar más. “¿Y el resto de compañeros?” ¿Cómo es que parece que no tengan ninguna dificultad? Todos dejan escapar burbujas de sus reguladores. ¿Cuál era la primera regla bajo el agua que nos comentó Tago, el instructor?
“Nunca aguantes la respiración. ¡Eso es!” Un apunte. Bajo el agua todo nuestro cuerpo, -y en especial nuestros oídos y pulmones-, están sometidos a una presión más alta que la que existe en la superficie. Esta cada vez será mayor cuanto sea la profundidad a la que nos encontremos. De tal manera que mientras se está descendiendo debemos ir compensando la presión que va en aumento mediante el destaponado de los oídos. Tapándonos la nariz haciendo una pinza con los dedos e intentando expulsar con fuerza el aire a través de nuestras fosas nasales. Así evitamos ocasionar daños irreversibles a nuestros tímpanos, que no son otra cosa que unos músculos que deben compensar la presión que tenemos dentro del cuerpo con la del medio en el que nos encontremos.
En el caso de los pulmones, -como consecuencia del aumento de la presión en el agua-, pueden llegar a disminuir hasta una cuarta parte de su tamaño real en superficie. El aire que alojamos dentro de nuestros pulmones también se comprime de igual forma. Por lo tanto, es de vital importancia no aguantar la respiración durante la inmersión porque al igual que el aire se comprime a ciertas profundidades, automáticamente se expande a medida que se asciende. Así que, si aguantásemos el aire en nuestros pulmones en lugar de respirar continuamente, y necesitáramos realizar un ascenso rápido podríamos sufrir una sobre expansión pulmonar. Es decir, el aire que estábamos aguantando dentro se ha expandido más de la capacidad que tienen nuestros pulmones para alojarlo. A esto se le llama enfermedad descompresiva. No es la única que acecha a los buceadores en las profundidades.
Poco a poco, aunque reconozco que me costó, fui relajándome y conseguí mantener una respiración más o menos constante. Aunque no negaré que, a cada poco, volvía a entrar en pánico. Algo que siempre llegué a superar tranquilizándome y siendo lógico. “Estoy debajo del agua pero tengo un tanque de aire y un conducto por el que respirar por la boca.” Eso es lo más difícil de hacerle entender a tu cerebro, que los conductos respiratorios de la nariz deben estar cerrados en el agua y que sólo se puede respirar a través de la boca. Esa es la teoría, aunque como siempre cuando llega la hora de la práctica es más complicado de lo que parecía.
Así que, para mi una buena forma de tranquilizarme fue seguir los ejercicios que iba indicando el instructor. De esa manera mi mente dejaba de focalizar toda su atención sobre mi nueva forma de respirar y, por ese mismo motivo, respiraba normalmente. Bajo el agua cualquier acción o movimiento es mucho más complejo que fuera de ella. Eso vaya por delante. Bien, el primer ejercicio de la primera clase práctica consistía en quitarse el regulador de la boca y alejarlo, para volverlo a recuperar después. “¿Pero cómo? Yo durante todo este tiempo intentando mantener la respiración sin entrar en pánico. ¿Y ahora me querían quitar el aire que tanto me estaba costando administrar?” Pues aunque parezca mentira hice el ejercicio sin ningún problema. Si sueltas el regulador lo más normal es que se vaya “flotando” hacia nuestro lado posterior derecho, a nuestra espalda. Por lo que, si lo queremos recuperar debemos alargar el brazo derecho hacia atrás y arrastrar el regulador hacia delante. Es como si diéramos una brazada hacia atrás. De esta manera con la mano izquierda nos lo podemos volver a colocar en la boca. Y todo este proceso debe hacerse exhalando continuamente burbujitas de aire, después de haber hecho una profunda inhalación. Una vez el regulador está de vuelta en nuestra boca, hay que dejar salir con fuerza el resto del aire que nos quede, para evitar absorber restos de agua que haga podido entrar en el aparato.
Era la clase más surrealista que había hecho en mi vida. A tres metros de profundidad, con las aletas tocando la arena, cinco valientes dispuestos en semicírculo recibíamos instrucciones de nuestro profesor sobre cómo llevar a cabo acciones simples pero vitales en situaciones de emergencia. Como por ejemplo quitarnos la máscara y volvérnosla a poner, con el regulador puesto claro está. Lo fácil es quitársela e incluso, volvérsela a poner. Lo “complicado” es vaciar el agua que queda dentro de la máscara, una vez esta vuelve a estar ajustada de nuevo en tu cara. Parece obvio, pero no está de más recordar que hay que recordar que estamos rodeados de millones de toneladas de agua salada. Pues por muy complicado que parezca, la solución es bien fácil. Poniendo los dedos índice y corazón de cada mano sobre la parte superior de la máscara, -es decir, en lo que serían nuestras “cejas”,- presionamos hacia nuestra cara y a la vez exhalamos por la nariz, enérgicamente. Con eso conseguimos levantar la máscara un poco por la parte de la comisura de nuestros labios, y con la fuerza del aire que sale por nuestra nariz, logramos desalojar el agua, sin dejar entrar más del exterior. Si en una vez no se vacía totalmente, podemos repetir el proceso cuántas veces sea necesario hasta conseguirlo.
Otro ejercicio que tiene que ver con el ritmo de respiración es el “feet pivot”, o la oscilación del cuerpo con los pies en el suelo. Imaginaos estirados en el fondo marino con la cabeza para abajo y con los pies clavados “supuestamente” en el suelo. Nuestro cuerpo se debe quedar rígido, como una tabla de madera perdida en medio del mar, mientras con nuestra respiración oscilamos, subiendo y volviendo a bajar. Pero siempre, con los pies en el suelo. Antes de continuar, una aclaración al respecto. Nuestros pulmones son como dos grandes globos de fiesta de cumpleaños. Cuando inhalamos, -y por tanto llenamos nuestros pulmones de aire-, nuestro cuerpo se desplaza en dirección a la superficie, porque el aire que tenemos alojado dentro de nuestro cuerpo es menos denso que el agua. De igual manera, si vaciamos nuestros pulmones de aire, en el momento que exhalamos, lo que sucede es que nuestro cuerpo se desplaza hacia abajo (teniendo en cuenta que tenemos un cinturón con pesos de plomo atado alrededor de nuestra cintura). El ejercicio del “feet pivot” no tendría complicación ninguna si se tratara de oscilar arriba y abajo según llenáramos o vaciáramos nuestros pulmones de aire. Pero de lo que se trata es de decidir a que altura nos queremos elevar, y quedarnos lo más estables posible. Eso requiere un gran control de nuestra respiración inhalando y exhalando más o menos, y más rápido o más lento, según la tendencia de nuestro cuerpo. Este ejercicio es muy importante porque en el momento que queramos dar un paseo por la barrera de coral, no queremos estar yendo para arriba y para abajo sin control y sin parar. Queremos conseguir una navegación estable y continua.
El último de los ejercicios consistió en simular una situación de falta de aire. Uno de los dos de la pareja de buceadores hace la señal de estar sin aire utilizando el gesto de “me corto el cuello” con la mano. Automáticamente, el compañero levanta los dos brazos hacia arriba para dejar visible perfectamente en donde se encuentra su regulador de emergencia. El buceador en problemas se acerca y se coge del brazo derecho de su compañero “a la romana”, -es decir, cada uno se sujeta con la mano del otro a la altura de su antebrazo-, y respira a través del regulador de emergencia. Una vez asegurada la respiración, los dos hacen la señal de subida de emergencia con sendos pulgares derechos hacia arriba. Es en ese momento en el que ambos se dirigen hacia la superficie aleteando. Eso sí, respetando siempre la máxima velocidad de 9 metros por minuto en ascenso. Una vez en superficie, el buceador “falto de aire” hincharía su chaleco de flotabilidad insuflando aire con la boca.
Y después de toda la teoría llevada a la práctica, por fin llegó el momento de darnos un pequeño paseo subacuático. Se trataba de ir buceando desde dónde estábamos hasta llegar al barco. Os aseguro que no hace falta bajar hasta los 100 metros para ver vida marina. A tan sólo tres metros se puede disfrutar de una experiencia única. Corales con formas de lo más curiosas: de cerebro, de cornamenta de alce y de ciervo, etc. Meros enormes, peces llamados “batman” (murciélago) muy planos, con el morro salido. Están “pintados” con franjas blancas negras y amarillas, y poseen una curiosa y larga cresta de color blanco. También observamos a los espectaculares peces “loro o comedores de coral”. Son de un color turquesa intenso con eléctricas franjas anaranjadas. Una vez digerido el coral lo excretan directamente en forma de arena. El camaleónico “pez roca”, que como su nombre indica adopta la apariencia de las rocas subacuáticas para camuflarse de sus depredadores o para esperar al acecho a sus propias víctimas.
El venenoso “pez león”, de franjas marrones y blancas. Posee un estética temible, con varias crestas y aletas diversificadas en muchas tiras plegadas que, en el momento de espantar a algún intruso, las despliega de repente, – al estilo del pavo real-, ofreciendo un aspecto aún más terrorífico. El escurridizo “pez payaso” que encuentra su mejor escondite en las anémonas. El desdichado “pez globo”. En una de las rocas subacuáticas, medio escondidas permanecían disimuladas dos enormes morenas. La isla de Koh Tao y sus aguas se abrían para nosotros como un auténtico acuario enorme del que desde la primera inmersión ya formábamos parte.
Desplazarse aleteando mientras intentas controlar la respiración se asemeja, creo yo, a lo que debe sentir un astronauta en plena expedición fuera de la estación internacional. Con la diferencia de que nosotros nos mojamos, claro. La sensación es estar protagonizando una película de aventuras en la que tú y unos aguerridos compañeros estáis explorando un mundo totalmente extraño y desconocido. Donde los desplazamientos se hacen utilizando las dos piernas como en la superficie, pero en este caso en posición horizontal, como si fueras un pez más que aletea alegremente. Nuestro primer paseo marino duró lo que tardamos en llegar al barco. Para aquel entonces, ¡ya habíamos caído en la redes del dios Poseidón!
Me voy a imprimir estos posts para leerlos y releerlos bien una vez llegue a Tailandia…Enhorabuena por un blog tan genial!