Los vigilantes del Kraton en Yogyakarta (Indonesia).
Anas es la única guía turística que habla español en el recito del Kraton, el palacio del sultán de Yogyakarta (Yogya). De unos cincuenta años, esta indonesia risueña aprendió español gracias sobretodo a las telenovelas y a practicar con los turistas. Ataviada con una camisa tradicional y una falda a la altura de las rodillas, se mueve como pez en el agua entre las siete partes de este recinto, abanico en mano.
Kratón fue contruido en 1756 para albergar a la familia del primer sultán. En la actualidad todavía reside el décimo “monarca”. Su figura, al igual que el rey de España, el flamante Felipe VI, es meramente representativa. Aunque, en el caso del sultán, éste ostenta un escaño en el parlamento indonesio, incluso encabeza la lista de uno de los partidos. En cualquier caso, el visitante tiene prohibido acercarse a las “dependencias palaciegas”.
La mayoría de los diez sultanes se puede decir que no perdieron el tiempo en cuanto a lo que engendrar se refiere. Hubo uno que tuvo 84 hijos con varias mujeres oficiales y otras tantas concubinas. Aunque parece que los nuevos tiempos han traído algo de cordura al actual sultán. Éste, casi octogenario ya, sólo cuenta con una sola esposa que le ha dado cuatro hijas. Así pues, una vez muerto le sucederá en el trono uno de sus hermanos.
El comportamiento del sultán es todo un ejemplo para sus “súbditos”. Como reflexión Anas, nuestra guía, nos ha recordado la importancia que tiene en Indonesia la planificación familiar. En un país con más de 130 millones de personas, que un hombre musulmán, con posibilidad de tener cuatro mujeres, únicamente tenga una y dos hijos, es del todo relevante para mantener un crecimiento de la población asumible. Además, -nos dice-, hay que tener en cuenta el dicho: “una mujer, un problema; muchas mujeres, muchos problemas”.
Unos mil asistentes vigilan los recovecos del lugar. Aunque su papel también tiene más de simbólico que de real o efectivo. Son señores, la mayoría jubilados que, -ataviados con el vestido tradicional javanés-, se sientan en grupos repartidos por todo el recinto. Se distinguen fácilmente por sus camisas azules, pareos estampados y pañuelos a modo de tocados. Charlan, guardan las marionetas de viento, escriben en lengua sánscrita en libretas, pero sobretodo se sienten activos y dignos, después de toda una vida de duro esfuerzo en sus respectivos trabajos.
Dos vigilantes ancianos del Kraton, en Yogyakarta (Indonesia).
Lo primero que se destaca en el recinto es la sala de espera, un espacio abierto, soportado por varias columnas, y que está dividido en dos partes. La primera está repleta de instrumentos, algunos parecidos a xilófonos de metal y madera, a tambores, etc. También es el lugar donde se sientan los cantantes. Estos acostumbran a ser grupos de hombres y mujeres que acceden al lugar en cuclillas como muestra de respeto. El otro espacio, diáfano todo él y forrado de baldosas, se reserva para las bailarinas de gamelan (baile tradicional) y para las representaciones de maquetas de aire.
Una bailarina de gamelan en el Kraton (Indonesia).
El resto del recorrido es una oda a la figura del sultán. Fotografías y árboles genealógicos de las diferente familias reales, objetos de uso y disfrute de los diferentes sultanes como: el despacho oficial, los trajes tradicionales y militares, el palanquín para el transporte de porteadores, o los regalos de las diferentes delegaciones occidentales (en especial la holandesa, que tuvo al país bajo su yugo durante más de 300 años). Hay que destacar de forma obligada una pequeña estatua del apóstol Santiago a caballo. Está tallada en madera y fue un regalo de los españoles.
Ya fuera del palacio de Kraton conocimos a Ari, oriundo del este de la isla de Java y estudiante de español. Se propone llegar a ser guía profesional y para ello no ha dudado en trasladarse de su pueblo natal a la gran ciudad de Yogyakarta. Aquí estudia español, escucha Radio Nacional de España a través de Internet por las noches, pero sobre todo se entrena cada día practicando español con turistas como nosotros. Gracias a él nos acercamos hacia el Palacio de agua, el antiguo emplazamiento del harén donde, por encima del resto de instalaciones, destacan las dos piscinas que se localizan en el centro del edificio. En este lugar no se le permitía la entrada a la princesa o reina, que vivía en el Kratón, así que tan solo constituía el lugar de recreo y disfrute sexual del sultán con sus concubinas. Lamentablemente hay que decir que el estado de conservación del palacio deja bastante que desear.