
Un ejemplar adulto de leopardo desciende a la sabana desde el tronco de una higuera, en el Serengueti (Tanzania).
El Serengueti se encuentra al norte de Tanzania. De hecho, Masai Mara (al sur de Kenia) y Serengueti son la misma cosa, aunque dividida por el río Mara, y por las fronteras de dos países africanos.

La espesa y alta hierba seca es el camuflaje perfecto para estas dos leonas, en el Serengueti (Tanzania).
Serengueti proviene de la palabra masai “serengit” (perdón si he cometido alguna falta de ortografía) y significa “llanura sin final”.
Y a fe mía que lo es. Con el techo del 4×4 descapotado sólo se logra divisar una inmensidad planicie, repleta de hierba, eminentemente seca, de tono amarillento.

Un grupo de elefantes africanos se protegen del sol del Serengueti a la sombra de una acacia (Tanzania).
Nos encontramos a finales de la estación seca. Tan sólo allí donde se han provocado incendios empiezan a observarse nuevos brotes verdes.

Una higuera solitaria en un mar de hierba seca de la sabana, en el Serengueti (Tanzania).
Únicamente rompen la monotonía de la sabana, algunas acacias, algunos “fig trees” (sus frutos son alargados y se asemejan a las salchichas) aislados, y los majestuosos “kopjes” (promontorios de grandes rocas).
Estos últimos son todo un recuerdo palpable de la violencia de la erupción volcánica.

Un grupo de tres leones jóvenes machos reposan a la sombra de un árbol, en el Serengueti (Tanzania).
Gigantescas rocas graníticas, colocadas unas encimas de las otras en posiciones imposibles, se constituyen en “islas” por derecho propio, en medio de un océano de hierba.

Un temible grupo de leonas buscan a su próxima presa, en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Después de miles de años, la naturaleza se ha hecho hueco. Y de cualquier agujero o grieta que aparezca en estos “kopjes”, se abren camino árboles, arbustos y plantas. Consiguen ofrecer buena sombra e innumerables escondrijos para los animales.
En lo alto de la roca más elevada de una de estas megalíticas construcciones naturales, la melena de un león macho se agita al aire con la suave brisa. No tiene prisa en sus movimientos.

Un león adulto reposa en lo más alto de un kopje, en el Serengueti (Tanzania).
Cuando se apaga el sonido ahogado del motor de nuestro coche, el rey de la sabana decide dedicarnos una mirada complaciente. Reparte pose entre los presentes. Y con ello me refiero al resto de coches que se han unido a la llamada del león.

Un león adulto muestra sus afilados colmillos encima de un kopje, en el Serengueti (Tanzania).
Ahora tumbado, ahora medio erguido, ahora boca arriba. El tiempo pasa y el sonido de los disparos de las cámaras de fotos no cesa.

El ejemplar adulto de león queda medio erguido encima de un koje, en el Serengueti (Tanzania).
De repente se yergue y la melena completa se bambolea. Sin saber cómo el animal se pierde entre las rocas y la poca vegetación.

El majestuoso rey de la selva pone su melena al viento, encima de un kopje, en el Serengueti (Tanzania).
No le perdemos la pista por mucho tiempo. Al rodear el Kopje, el felino está pendiente de una hembra embarazada.

El león huele el rastro de una hembra embarazada, al abrigo de un kopje, en el Serengueti (Tanzania).
La barriga casi le roza el suelo. La leona también ofrece una percha imponente, con un hocico anguloso coronado por una soberbia perilla.

El macho se acerca a la hembra, en un kopje del Serengueti (Tanzania).
Sus pasos son lentos, pausados, cautos. El macho la mira a cierta distancia mientras otro macho permanece somnoliento a la sombra de un arbusto cercano.

Otro ejemplar macho de león retozaba a los pies del kopje, en la sombra de la maleza, en el Serengueti (Tanzania)
El pelaje de los felinos les permite mimetizarse por completo con el paisaje.

Un grupo de hembras de león con sus crías descansan en la hierba, en el Serengeti (Tanzania).
Se camuflan entre las altas hierbas secas, mientras estudian con detenimiento la situación, en busca de su próxima presa.

Una hembra de león vigila el páramo mienras su cría no se despega de ella, en el Serengueti (Tanzania).
En esas encontramos, cerca de una higuera o «fig tree», a una leona un tanto demacrada. Se le marcan las costillas y en su flanco derecho presenta una herida de guerra.

Una leona herida reposa sobre la hierba en el Serengueti (Tanzania).
Un enorme desgarro todavía abierto, -a bien seguro horadado por el cuerno de un búfalo-, como consecuencia de un intento fallido de caza.

Una leona herida se acerca sigilosa a un grupo de gacelas de Thompson, en el Serengueti (Tanzania).
Medio erguida, con las cuatro patas asentadas en la hierba, no le quita ojo a un grupo de jóvenes gacelas de Thompson que se encuentran a una distancia imposible para ella.

Un gran grupo de gacelas de Thompson se encuentran a varias decenas de metros de la leona herida, en el Serengueti (Tanzania)
En un bostezo, deja a la vista que tiene uno de los caninos partidos.

La leona herida muestra sus desgastados colmillos, a la sombra de una higuera, en el Serengeti (Tanzania).
A pesar de todo, parece que esta hembra cuenta con la determinación de una superviviente. Al fin y al cabo, todos en el Serengueti lo son.
Un remolino de tierra enegrecida por las cenizas de los incendios asciende en columna hacia el cielo.
Este tipo de fenómenos suele ser habitual en la sabana. Otro tipo de “tornado” es el que provoca el paso destartalado de los jeeps.

Un impresionante elefante africano macho, en medio de la sabana, en el Serengueti (Tanzania).
En la inmensidad de la sabana los caminos quedan marcados por las estelas de polvo que levantan los neumáticos. Las pequeñas piedras o “chinas” salen disparadas hacia la chapa, como una gruesa lluvia.
Un gigantesco búfalo deja de comer hierba y levanta la cabeza. Se queda inmóvil clavando su desafiante mirada en un extraño animal: nuestro 4×4.

Un gran grupo de búfalos reposan bajo la sombra de una acacia, cerca de un jeep, en el Serengueti (Tanzania).
La distancia entre él y nosotros es prudencial, no representamos ningún peligro. Así que después de unos segundos vuele a inclinarse y a comer como si nada.

Una macho (en primer término) y una hembra de gacela de Thompson, en el Serengueti (Tanzania).
Justo detrás de él, otros ejemplares hacen lo propio. Quizá son 30 o 50. Todos colocados en un desordenado orden. Los búfalos más corpulentos se disponen en avanzadilla, protegiendo a las crías en la retaguardia.

Una pareja de ñus pastan juntos en la sabana del Serengueti (Tanzania).
No están solos. Decenas y decenas de jóvenes gacelas de Thompson, con su característica línea negra en los costados, y también con otra que les nace en los ojos y se alarga hacia el hocico, como si fueran largas lágrimas, pastan en una calma tensa.

Una gran manada de ñus en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Los machos tienen una cornamenta delgada y anillada que apunta al cielo. Sus flacas y alargadas patas siempre están dispuestas para dar el primer brinco y salir disparadas, iniciando una carrera en zigzag por su supervivencia, con cintas repentinas, “rompiendo la cintura” a sus depredadores.

Una manada de ñus se mueve sobre la sabana en el Serengueti (Tanzania).
A las gacelas les gusta también la compañía de otros rumiantes como los omnipresentes ñus. Su abundante pelo les nace en el cogote y cae en cascada dibujando una larga melena, al más genuino look hippie.

Un grupo de ñus y de cebras pastan juntos en el Serengueti (Tanzania).
Estos, más espantadizos que los búfalos, se mueven en tropel, huyendo al más mínimo indicio de depredador.Un grupo de ñus pastan en la sabana del Serengueti (Tanzania).
De todo esto se está percatando un fenomenal ejemplar de leopardo adulto, que descansa en una gran rama de un “fig tree” (o árbol salchicha). Es casi imposible de distinguir. Su nivel de camuflaje roza la perfección. El único indicio de su presencia en la copa del árbol resulta ser una pequeña rama que cae de la principal. Y que en realidad es la larga cola del felino.

Un grupo de topis, gacelas de Thompson y girafas retiguladas, en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Al igual que el búfalo, el leopardo es uno de los “cinco grandes”. Aquellos más buscados por su agresividad o porque plantan cara a sus enemigos, en lugar de salir corriendo. Son: el elefante, el león, el búfalo, el rinoceronte y el leopardo. Pero además, el leopardo mata no solo para comer, también mata por placer. Este asesino de la sabana, decide mostrarse en su totalidad. Todo su cuerpo parece un enorme tatuaje de lunares. Incluso la cara, también la lleva marcada.

Un ejemplar adulto de leopardo en una higuera, en el Serengueti (Tanzania).
En un momento de clímax para los amantes de la fotografía de naturaleza, el animal mira al objetivo. Se trata de un instante furtivo y efímero, antes de deslizarse por el tronco, árbol abajo, haciendo gala de su acrobático equilibrio.

El guepardo estira todo su puerto antes de disponerse a descender por el tronco del árbol, en el Serengueti (Tanzania).
Sus peligrosas zarpas y sus dientes afilados se pierden entre la espesura de la hierba. Justo a lo lejos, un incendio está en marcha. Deja una línea rojiza casi espectral. La cacería empieza.

Un ejemplar adulto de leopardo desciende a la sabana desde el tronco de una higuera, en el Serengueti (Tanzania).
Una leona ha hecho los deberes. Y no permite que nadie tenga la tentación de copiarla y arrebatarle el trofeo.

Una leona clava sus colmillos sobre su presa encima de una acacia, en el Serengueti (Tanzania).
Así que ha decidido arrastrar su presa, una joven gacela, encima de un árbol. La leona está tumbada panza abajo, mientras guarda con celo lo que queda de su conquista.

La leona deja de comer su presa para mirar con curiosidad hacia la cámara, en el Serengueti (Tanzania).
Con las dos patas delanteras sostiene la pieza, a la que le falta ya la parte trasera. Después de un par de amagos de caerse al suelo la desdichada gacela, un leve zarpazo sirve para asegurarla al tronco.

Un ejemplar adulto de león otea el horizonte a la sombra de un árgol, en el Serengueti (Tanzania).
El instinto para evitar y alejarse del peligro permite a los más afortunados ver salir el sol un día más. Un grupo de jirafas raticuladas de vivo estampado marrón oscuro comen las hojas más tiernas de las copas de las acacias. No les importa enfrentarse a las afiladas agujas con las que el árbol defiende a sus frutos.
Una jirafa come hojas de acacia en la copa del árbol, en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Una decide iniciar la marcha y cruzar el camino. Su paso es parsimonioso. La cabeza y todo lo largo del cuello van por delante de las patas delanteras. Su caminar me recuerda a las reproducciones cinematográficas en las que hemos visto a los dinosaurios. Sin duda es el animal más impactante. Y también, uno de los más precavidos.

Una jirafa reticulada aguarda a la sombra de la copa más alta de una joven acacia, en el Serengueti (Tanzania).
Quieren beber agua de la charca, pero saben que es el momento más peligroso para ellas. La largura de su cuello, antes una ventaja, ahora puede volverse en su contra. Para llegar a la superficie, la jirafa debe abrirse de piernas todo lo que pueda (espatarrarse, mejor dicho). Es la única manera para reducir la distancia entre su cabeza y el suelo. Es cuando más vulnerables se encuentran. Y es el momento que sus potenciales depredadores esperan con ansia.

Un grupo de jirafas reticuladas se acercan cautelosas a una charca para beber agua, en el Serengueti (Tanzania).
Se acercan cautelosamente a la orilla, pero la que va a la cabeza parece preocupada. No se atreve dar el último paso.

Una jirafa come de una acacia mientras un grupo de cebras descansan, en el Serengueti (Tanzania).
Vacila durante unos minutos hasta que decide alejarse poco a poco. Le sigue el resto. Desde el techo del 4×4 nos quedamos pensativos. ¿Cuál debe ser el motivo por el cuál habrán cambiado de opinión?

Un grupo de jirafas reticuladas se alejan de una charca, en el Serengueti (Tanzania).
No tardamos en descubrir que en la charca viven unos vecinos con muy malas pulgas. Dos enormes cocodrilos del Nilo, con la mitad de sus prehistóricos cuerpos sumergidos en las turbias aguas de la charca. El instinto de la jirafa ha ganado la partida a las ristras de afilados dientes de los cocodrilos.

Dos cocodrilos del Nilo en una charca, al acecho de cualquier animal que se acerque a la orilla a beber, en el Serengueti (Tanzania)
La sensación de seguridad que da estar cerca de la madre cuando se es una cría es lo más cercano que debe haber a la felicidad.
Una cría de guepardo en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Por ahí van tres crías de guepardo, de unos pocos meses de edad, con las barrigas llenas.

Una hembra de guepardo con sus crías, en el Serengueti (Tanzania).
Su madre anda cerca, a pocos metros, oteando el horizonte.

Una cría de guepardo descansa al lado de los despojos de la presa que ha cazado su madre, en el Serengueti (Tanzania).
En el pelaje de la barbilla de una de las pequeñas, quedan restos rojizos de la sangre de una gacela que están comiendo sosegadamente. La pobre presa queda a la sombra de un arbusto solitario.

Una hembra de guepardo adulta otea el horizonte vigilando a sus crías, en el Serengueti (Tanzania).
La misma mala suerte ha corrido otra joven gacela que yace inerte en el suelo ardiente del Serengeti. Está siendo devorada por dos chacales.

Un chacal sostiene con sus dientes la cabeza degollada de una gacela recién cazada, en el Serengueti (Tanzania).
Los chacales de espalda plateada reciben ese nombre por el pelaje de su lomo. Son animales solitarios, inteligentes y de un temperamento impulsivo.

Dos chacales devoran a su presa en la sabana, en el Serengueti (Tanzania).
Al igual que los chacales, las hienas aprovechan hasta el último despojo de un animal caído.

Una hiena moteada en medio de las altas hierbas secas en la sabana del Serengueti (Tanzania).
La naturaleza les ha dotado de una apariencia desaliñada. Cara y morro negros, pelaje a topos marrones desdibujados, patas más oscuras, y esa forma de trotar, como bamboleándose a cada brinco. Por no hablar de su gruñido alocado, como si fuera una risa macabra.

Una hiena moteada a punto de cruzar el camino, en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Pero en realidad, hienas, buitres, marabús, y cualquier otro carroñero de la sabana son fundamentales. Evitan que los cuerpos de la presas se corrompan y acaben provocando enfermedades a otros animales.

Un grupo de marabús beben en una charca en el Serengueti (Tanzania).
El traqueteo del coche es constante. La mayoría de los vehículos utilizados para los safaris son japoneses. Como el Toyota modelo Land Cruise. Cuando llegan a Kenia o Tanzania, son modificados.

Dos hipopótamos miden sus fuerzas abriendo sus bocas en el Serengueti (Tanzania).
Los amortiguadores son los peor parados tras horas y horas de rodar en busca de animales. Las carreteras y los caminos son pedregosos y muy irregulares.

Un ejemplar de facóquero entre tallos de hierba todavía verde, en el sabana del Serengueti (Tanzania).
La vibración, los golpes, los volantazos, y el polvo son los puntos estrella del archiconocido “African massage”. Después de una jornada de safari de 8 o 10 horas dentro de un coche, la espalda y los riñones experimentan una buena sesión de “masaje”. Y es totalmente gratuito.
Esther y yo a bordo del Toyota con el que recorrimos el Serengueti (Tanzania).
Es común que a los 4×4 les falten piezas. Los cristales de las ventanillas, las agarraderas para las manos en el interior, etc. También sucede que los cierres exteriores no funcionen, o que los techos abatibles se hayan soldado una y mil veces. El masaje africano tiene ración para todos, sobre todos, para los coches.
El cielo en el Serengeti lo invade todo. Allá donde mires, el cielo azul recorta las siluetas de gigantescas nubes blancas.

Un antílope en la sabana del Serengueti (Tanzania).
Pareciera como si la bóveda azulada quisiera desparramarse y su único límite fuera la llanura sin fin.
Un grupo de elefantes africanos se refrescan en una charca en el Serengueti (Tanzania).
Lomas y lomas de tierra, hierba, arbustos, y alguna que otra acacia despistada, que se “tiñen” de un marrón más o menos intenso, según la nube.
Atardecer en el Serengueti (Tanzania).
Cuando cae el atardecer, el astro sol ya debilitado sobresale de las acumulaciones nubosas proyectando haces de luz rectos, como en forma de aureola.

Una hembra guepardo embarazada al abrigo de un kopje, en el Serengueti (Tanzania).
Bajo semejante estampa sagrada, un gran grupo de cebras cede el paso a un manada de elefantes.
Los machos lucen soberbios colmillos blancos, mientras los más pequeños tropiezan de vez en cuando, siguiendo a sus madres.

Un ejemplar adulto de elefante africano en una charcha todavía con agua, en el Serengueti (Tanzania).
El grupo lo dirige la matriarca. Una magnífica elefante, de piel gruesa y cuarteada, de ojos pequeños pero vivos. Ella recuerda los caminos más seguros, las charcas en estación seca, las hierbas más verdes en época de carestía.

Una cría de elefante africano en primer término bebe agua en una charca, el Serengeti (Tanzania).
Su inteligencia y su extraordinaria memoria les convierte en los auténticos amos del Serengeti. Cualquier animal rinde pleitesía a los elefantes.

Un macho adulto de león encima de un kopje, en el Serengueti (Tanzania).
Pero la sabana es soberana. Cada día decide quien vive y quien muere. Es implacable con los débiles, pero también condescendiente con los recién llegados.

Un joven macho de león descansa bajo la sombra de un árbol, en el Serengueti (Tanzania).
Un día concede la gracia de seguir con vida, y al siguiente, la siega sin contemplaciones. Inmensa, peligrosa, entrañable y salvaje. Así es la llanura sin fin del Serengeti.

Un joven elefante durante el atardecer en el Serengueti (Tanzania).